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Measuring the costs and benefits of a small farm can be harder than on a large one, especially if the small farm includes an orchard and makes many of its own inputs, as I saw on a recent visit to Sipe Sipe, near Cochabamba, Bolivia, where a faith-based organization, Agroecología y Fe (Agroecology and Faith) is setting up ecological orchards.
The director of Agroecology and Faith, Germán Vargas, explained that a forest creates soil, gradually building up rich, black earth under the trees, while agriculture usually exposes the soil to erosion. A farm based on trees, with organic fertilizer, and with vegetables growing beneath the trees, should be a way to make a profit while conserving the soil.
Extensionist Marcelina Alarcón showed us the apple trees that she and local farmers planted in August, 2018. They started by terracing the one hectare of gently sloping land. In one week of hard work they built a 200,000 liter, circular water reservoir of stone and concrete (gravity-fed with stream water) to irrigate the terraces and three additional hectares. The cost was 64,000 Bs. ($9,275), which seems like a big investment, but similar reservoirs built 30 years ago are still working.
Lush beds of lettuce, cabbage, broccoli, wheat, onions (some plants grown for their seed) are thriving beneath the apple trees. When one crop is harvested another takes its place, in complex rotations over small spaces. No chemicals are used, but the group makes calcium sulphate spray and liquid organic fertilizers to improve the soil, prevent crop diseases and enhance the production and quality of the apples and vegetables.
The group has harvested vegetables four times and sold them directly to consumers at fairs organized by Agroecology and Faith for a total gross receipt of 4,380 Bolivianos ($635).
I was visiting the farm at Sipe Sipe with a small group organized by Agroecology and Faith and some of their allies. Some of the lettuce, onions and tomatoes from the farm end up in a tub during our visit, to make a salad for the visitors—part of a fabulous lunch (complete with fresh potatoes and mutton cooked underground) offered at a modest cost. Produce cooked on site and sold informally on the farm are probably not counted when estimating profitability. After the tour of the farm and before the lunch, Marcelina set up a table with some vegetables for sale. She was kept quite busy writing down each transaction as we bought small bags of tomatoes and other produce for amounts less than a dollar each.
The sale of half a kilo of tomatoes is as much work to document as the sale of twenty tons of rice. A small farm has many more sales than a large farm and it takes a lot of administrative work to keep track of produce that is not sold because it goes into seed, feed or onto the family table.
The cost:benefit of a conventional field is simpler to tabulate: so much labor, machinery, seed and chemicals, all purchased, and single crop yields measured with relative ease. Yet this doesn’t tell the whole story. Loss of soil due to erosion, or carbon and nitrogen to the atmosphere, or pollution from fertilizer run-off all have a cost, even if they are often dismissed as “externalities.”
An agroforestry system like the hectare of apples and vegetables we visited starts with a large investment in irrigation and terracing. Many of the inputs are labor, or home-made fertilizers, and their cost is not always counted. The apple trees have not yet borne fruit, and some of the vegetables may escape the bookkeeper’s tally. Yet here the “externalities” have a positive and valuable contribution: soil is being created, chemical pollution is nil, and livelihoods are enriched as local farmers, mostly women, learn to work together to produce healthy food to sell. Classical economic comparisons with conventional farms fail to take account of these benefits.
Even a small farm can have a lot to consider in estimating returns, with many crops and activities and environmental services. Until we learn to measure the environmental efficiency as well as financial profitability of agroforestry or agroecological farms properly, they will never look as good as they really are.
Further reading
A recent report from the FAO (the UN’s Food and Agriculture Organization) concludes that yield data is too poor a parameter to compare conventional (over-plowed, chemical intensive) agriculture with agroecology, a beyond-organic agriculture with soil conservation and respect for local communities.
HLPE Report on Agroecological and other innovative approaches for sustainable agriculture and food systems that enhance food security and nutrition. Extract from the Report: Summary and Recommendations (19 June 2019). Rome: FAO http://www.csm4cfs.org/summary-recommendations-hlpe-report-agroecology-innovations/
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LO QUE CUENTA EN LA AGROECOLOGÍA
Por Jeff Bentley, 18 de agosto del 2019
Medir los costos y los beneficios de una pequeña finca puede ser más difícil que en una grande, especialmente si la pequeña incluye árboles y produce muchos de sus propios insumos, como vi en una reciente visita a Sipe Sipe, cerca de Cochabamba, Bolivia, donde la organización eclesial “Asociación Agroecología y Fe” (AAF) está estableciendo huertos ecológicos agroforestales.
El director de la AAF, Germán Vargas, explicó que un bosque crea suelo, acumulando gradualmente tierra negra y rica bajo los árboles, mientras que la agricultura suele exponer el suelo a la erosión. Una finca basada en árboles, con abonos orgánicos, y con hortalizas que crecen debajo de los árboles, debería ser una forma de obtener beneficios al mismo tiempo que se conserva el suelo.
La extensionista Marcelina Alarcón nos mostró los manzanos que ella y la gente local plantaron en agosto del 2018. Comenzaron haciendo terrazas en una hectárea en suave pendiente. En una semana de trabajo duro construyeron un reservorio circular de agua de 200.000 litros de piedra y concreto (llenado por gravedad de agua de riachuelo) para regar las terrazas y tres hectáreas adicionales. El costo fue de 64.000 Bs. ($9,275), que parece una inversión grande, pero reservorios similares construidos hace 30 años siguen funcionando.
Camellones exuberantes de lechuga, repollo, brócoli, trigo, cebollas (algunas cultivadas para su semilla) prosperan bajo los manzanos. Cuando se cosecha un cultivo, otro ocupa su lugar, en complejas rotaciones sobre pequeños espacios. No aplican productos químicos, pero el grupo fabrica caldo mineral sulfocálcico y abonos orgánicos líquidos para mejorar el suelo, prevenir las enfermedades de los cultivos y mejorar la producción y calidad de los manzanos y de las hortalizas.
El grupo ha cosechado verduras cuatro veces y las ha vendido directamente a los consumidores en ferias organizadas por la AAF (en una canasta solidaria y saludable) por un total de 4.380 bolivianos (635 dólares).
Yo visitaba la finca agroforestal de Sipe Sipe con un pequeño grupo organizado por la AAF y algunos de sus aliados. Algunas de las lechugas, cebollas y tomates de la finca terminaron en una bañera durante nuestra visita, para hacer una ensalada para los visitantes, parte de un fabuloso almuerzo (con papas frescas y cordero cocido bajo tierra en un pampaku) ofrecido a un precio modesto. Los productos cocinados en el sitio y vendidos informalmente en la finca probablemente no se contabilizan. Después del recorrido por la finca y antes del almuerzo, Marcelina organizó una mesa para vender algunas verduras. Se mantuvo ocupada apuntando cada transacción mientras comprábamos pequeñas bolsas de tomates y otros productos por cantidades menos de un dólar cada una.
La venta de medio kilo de tomates es tanto trabajo como la venta de veinte toneladas de arroz. Una finca pequeña tiene muchas más ventas que una grande y se requiere mucho trabajo administrativo para hacer un seguimiento de los productos que no se venden porque van a parar como semilla, para alimentar a los animales o a la mesa de la familia.
El costo:beneficio de un campo convencional es más simple de tabular: tanta mano de obra, maquinaria, semillas y productos químicos, todos comprados, y el rendimiento de un solo cultivo medido con relativa facilidad. Sin embargo, esto no cuenta toda la historia. La pérdida de suelo debido a la erosión, o el carbono y nitrógeno a la atmósfera, o la contaminación por la escorrentía de los fertilizantes, todos ellos tienen un costo, aunque a menudo se desestimen como “externalidades”.
Un sistema agroforestal, como la hectárea de manzanas y hortalizas que visitamos comienza con una gran inversión en riego y terrazas. Muchos de los insumos son mano de obra, o abonos caseros, y su costo no siempre se cuenta. Los manzanos aún no han dado fruto, y algunas de las verduras pueden escaparse de la cuenta del contable. Sin embargo, aquí las “externalidades” tienen una contribución positiva y valiosa: se está creando el suelo, la contaminación química es nula y los medios de subsistencia se enriquecen a medida que los agricultores locales, en su mayoría mujeres, aprenden a trabajar juntas para producir alimentos saludables para vender. Las comparaciones económicas clásicas con las explotaciones convencionales no tienen en cuenta estos beneficios.
Incluso una pequeña granja puede tener mucho que considerar al estimar los rendimientos, con muchos cultivos y actividades y servicios ambientales. Hasta que no aprendamos a medir la eficiencia ambiental y la rentabilidad financiera de las granjas agroforestales o agroecológicas de manera adecuada, nunca se verán tan bien como realmente son.
Para leer más
Un informe reciente de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) concluye que los datos sobre el rendimiento son muy pobres para poder comparar la agricultura convencional (sobre arado, con uso intensivo de químicos) con la agroecología, una agricultura que vas más allá de la orgánica, con conservación del suelo y respeto para las comunidades locales.
Resumen y recomendaciones del informe del GANESAN sobre Agroecología y otras innovaciones (19 de junio 2019). Roma: FAO. http://www.csm4cfs.org/es/summary-recommendations-hlpe-report-agroecology-innovations/
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Francisco “Pacho” Gangotena grew up in the countryside of Ecuador and decided that the best way to help smallholder farmers was to get an education. So, he went abroad for a Ph.D. in anthropology. He came home feeling like “the divine papaya”, he says, thinking that he could change the world with his doctorate.
After a year of teaching at the university, Pacho wanted do something more practical, so he and his wife Maritza sold the house and the car and bought four hectares of land for farming not too far from Quito. But making this work was going to be a huge challenge. The land had no trees and the soil was degraded.
From day one, the family decided that they would use no agrochemicals. They gradually improved the soil by recycling the crop residues and manure back into the soil. Pacho estimates that in this way the family has applied the equivalent of 4000 truckloads of compost since he first began farming here over 35 years ago.
I met Pacho recently on his farm in Puembo, in the Ecuadorian Andes, where he happily showed me and a few other visitors his four dairy cows. He puts sawdust in their stall to absorb their manure and urine. Each cow eats 90 kilos of feed daily and produces about 70 kilos of waste every day, equivalent to 25 tons of organic fertilizer each year for every cow. A single cow can fertilize one hectare of crops. All the manure goes onto the farm, along with all of the composted crop residues.
Pacho rotates his vegetable crops on his four-hectare farm. Potatoes are followed by broccoli, lettuce, radishes and green beans. He employs ten people and is proud that his small farm can give jobs to local families by producing healthy vegetables to sell direct to consumers in the local markets.
His grown son and daughter have also found work on the farm. Pacho jokes that he has retired and that now his daughter is his boss—and a pretty demanding one.
Besides recycling organic matter, Pacho also has some more unusual strategies for building up the soil. He enriches it with wood ash from pizzerias and with powdered rock from quarries. As the quarries cut stone, they leave behind a lot of powdered rock, as waste, which Pacho collects. Rocks are rich in minerals (with up to 80 elements) and are one of nature’s main components of soil.
Pacho is up front about his limitations, which adds to his credibility. A new phytoplasma disease (punta morada) is sweeping Ecuador, wiping out potato fields, including his. He also has to import vegetable seed from the USA and Europe.
But Pacho’s vegetable fields are lush, like gardens, and now surrounded by trees that the family has planted “providing room, board and employment for the birds and for beneficial insects,” Pacho explains. An ornithologist friend counted 32 bird species on the farm, including 22 insectivores. Pacho is convinced that the birds help him to control pests without the need for insecticides. Predatory insects also provide a natural biological control of pests.
He also thinks that it is important to share what he has learned, welcoming around 32,000 smallholders to visit his farm over the years. It helps that he was the director of Swiss Aid in Ecuador for 20 years and has built a large network of collaborating farmers. Many come in groups, and some stay for several days to learn about organic farming and agroecology.
The farm’s family and staff feed us a big lunch of kale salad, potato soup and a lasagna made with green leaves instead of pasta. All vegetarian and delicious. The farm has a clear emphasis on nutritious food and produces lots of it. By intercropping and rotating crops, they get 92 tons of vegetables and other crops per hectare each year, a more than respectable yield by any standard. Since buying the farm, the organic matter, or carbon held in the soil has increased from 2% to 12% or more. In a hectare that is at least 500 tons of carbon.
Not everyone is in favor of organic, biological agriculture. For example, in an otherwise excellent book, Enlightenment Now, Steven Pinker argues that organic agriculture is not sustainable, because it supposedly uses more land that conventional agriculture.
In fact, in developing countries organic agriculture yields 80% more than conventional agriculture, but without the yield stagnation or decline that occurs with the high use of external inputs (see Uniformity in Diversity by IPES Food).
But Pinker, in his characteristic optimism, also writes that even though climate change is the world’s most serious problem, it can be solved if we really work on it.
That brings us back to the Gangotena family farm, which is providing jobs, and lots of healthy food, while removing carbon from the air where it is harmful and putting it underground where it is useful. Organic agriculture may be one of the world’s greatest techniques for sequestering carbon from the atmosphere, storing in the soil as rich, black earth for productive farming.
Further reading
Pinker, Steven 2018 Enlightenment Now: The Case for Reason, Science, Humanism and Progress. London: Penguin Books.
IPES Food 2016 From Uniformity to Diversity: A paradigm shift from industrial agriculture to diversified agroecological systems. International Panel of Experts on Sustainable Food Systems.
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Acknowledgements
Thanks to Pacho Gangotena and his family for their generosity of spirit and for the example they set, to Ross Borja and Pedro Oyarzún of EkoRural for organizing the visit to the farm. EkoRural is supported in part by the McKnight Foundation. Thanks to Ross Borja, Pedro Oyarzún, Claire Nicklin, Pacho Gangotena, Paul Van Mele and Eric Boa for reading an earlier draft of this story.
LA LUZ DE LA AGROECOLOGÍA
Por Jeff Bentley, 4 de agosto del 2019
Francisco “Pacho” Gangotena creció en el campo en Ecuador y decidió que la mejor manera de ayudar a los campesinos era obtener una educación. Así que, se fue al exterior para hacer un doctorado en antropología. Llegó a casa sintiéndose como “la divina papaya “, dice, pensando que podría cambiar el mundo con su doctorado.
Después de un año de enseñar en la universidad, Pacho quería hacer algo más práctico, así que él y su esposa Maritza vendieron la casa y el auto y compraron cuatro hectáreas de tierra cerca de Quito. Pero la agricultura iba a ser un gran desafío. La tierra no tenía árboles y el suelo estaba degradado.
Desde el primer día, la familia decidió que no usaría agroquímicos. Poco a poco mejoraron el suelo volviendo a incorporar los rastrojos y el estiércol. Pacho estima que de esta manera la familia ha aplicado el equivalente a 4000 camiones de compost desde que empezaron a trabajar la tierra hace 35 años.
Conocí a Pacho hace poco en su finca en Puembo, en los Andes ecuatorianos, donde con toda felicidad él mostró a mí y a algunos otros visitantes sus cuatro vacas lecheras. Pone aserrín en su establo para absorber el estiércol y la orina. Cada vaca come 90 kilos de alimento al día y produce unos 70 kilos de estiércol al dia, unas 25 toneladas de abono orgánico por vaca, al año. Cada vaca fertiliza una hectárea. Todo el estiércol fertiliza el suelo junto con los rastrojos del campo convertidos en compost.
Pacho rota sus cultivos en sus cuatro hectáreas de cultivo que constituyen su finca. Después de las papas pone brócoli, lechuga, rábanos y arvejas. Emplea a diez personas y está orgulloso de que su pequeña finca dé empleo a las familias locales, produciendo verduras sanas para venderlas directamente a los consumidores en los mercados locales.
Su hijo y su hija también traban en la finca. Pacho bromea que se ha jubilado y que ahora su hija es su jefa, y que es muy dura.
Además de reciclar la materia orgánica, Pacho también tiene algunas estrategias más originales para crear suelo. La enriquece con ceniza de leña de pizzerías y con el polvo de roca de las canteras. Como las canteras cortan piedra, dejan mucha roca en polvo, como desecho, que Pacho recoge. La rocas son ricas en minerales (hasta 80 elementos) y constituyen uno de los principales componentes naturales del suelo.
Pacho admite francamente sus limitaciones, lo cual le da más credibilidad. Un nuevo fitoplasma (una enfermedad—punta morada) está arrasando con las papas del Ecuador, incluido las suyas. También tiene que importar varias de sus semillas de hortalizas de los Estados Unidos y Europa.
Pero las hortalizas de Pacho son exuberantes, como jardines, y ahora están rodeados de árboles que la familia ha plantado “para dar ‘room and board’ y trabajo a los pájaros e insectos benéficos”, explica Pacho. Un amigo ornitólogo contó 32 especies de aves en la granja, incluyendo 22 insectívoros. Pacho está convencido de que las aves le ayudan a controlar las plagas sin necesidad de usar insecticidas. Los insectos depredadores también hacen un control biológico natural de las plagas.
También cree que es importante compartir lo que ha aprendido y 32.000 campesinos han visitado su granja a lo largo de los años. Es una ventaja haber sido director de Swiss Aid en Ecuador durante 20 años y ha creado una amplia red de agricultores colaboradores. Muchos vienen en grupos, y algunos se quedan varios días para aprender sobre la agricultura orgánica y la agroecología.
La familia y el personal de la granja nos alimentan con un gran almuerzo de ensalada de col rizada, sopa de papas y una lasaña de hojas verdes sin pasta. Todo vegetariano y delicioso. La finca tiene un claro énfasis en la comida nutritiva, la cual produce en abundancia. A través del policultivo y la rotación de cultivos, obtienen 92 toneladas de hortalizas y productos agrícolas por año en las cuatro hectáreas, por año, más que respetables bajo cualquier sistema. Desde que compró la finca, la materia orgánica o carbono retenido en el suelo ha subido del 2% al 12% o más. En una hectárea de al menos 500 toneladas de carbono.
No todos están a favor de la agricultura orgánica y biológica. Por ejemplo, en un libro por lo demás excelente, Enlightenment Now, Steven Pinker argumenta que la agricultura orgánica no es sostenible, porque supuestamente usa más tierra que la agricultura convencional.
De hecho, en los países en desarrollo la agricultura orgánica rinde un 80% más que la agricultura convencional, pero sin los rendimientos estancados o en disminución que sucede con el alto uso de insumos externos (véase Uniformity in Diversity por IPES Food).
Pero Pinker, con su característico optimismo, añade que aunque el cambio climático es el problema más grave del mundo, puede resolverse si realmente trabajamos en eso.
Esto nos lleva de nuevo a la granja de la familia Gangotena, que crea puestos de trabajo y produce abundantes alimentos saludables, a la vez que extrae el carbono del aire donde hace daño y lo pone bajo tierra donde hace bien.
Leer más
Pinker, Steven 2018 Enlightenment Now: The Case for Reason, Science, Humanism and Progress. London: Penguin Books.
IPES Food 2016 From Uniformity to Diversity: A paradigm shift from industrial agriculture to diversified agroecological systems. International Panel of Experts on Sustainable Food Systems.
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Agradecimientos
Gracias a Pacho Gangotena y su familia por su espíritu generoso y por el ejemplo que nos dan, a Ross Borja y Pedro Oyarzún de EkoRural por organizar la visita a la granja. EkoRural recibe apoyo de la Fundación McKnight. Gracias a Ross Borja, Pedro Oyarzún, Claire Nicklin, Pacho Gangotena, Paul Van Mele y Eric Boa por leer una versión anterior de esta relación.
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Rosario Cadima is an enterprising farmer who spends two days a week buying and selling potatoes at the fair in Colomi, Cochabamba. Juan Almanza, the talented extensionist we met in last week’s blog (Videos for added inspiration), had given her a DVD with a series of agricultural learning videos aimed at farmers like her. The DVD included seven videos in Spanish, Quechua and Aymara on caring for the soil. One of the videos was about peanuts (groundnuts), which like other legumes, fixes nitrogen for the soil. Rosario recently watched the DVD with her parents, grandfather and other family members. They watched all of the videos over three nights, and she recalled them vividly.
Juan was surprised when Rosario mentioned the video on groundnuts. “But you don’t grow groundnuts here,” he said.
“No, but we buy them and eat them,” Rosario said. Then she explained that she and her family sometimes bought peanuts that had a thick mold on them; they would simply wipe it off and eat the apparently clean nuts.
“So did we,” Juan admitted.
The mold is a fungus, and it releases a poison called aflatoxin into peanuts and other stored foods. The video showed all of this, and explained that people should bury moldy food, instead of eating it.
Rosario’s family is now careful to avoid eating moldy peanuts. Farmers are also consumers and a video can help them to make better food choices. Smallholder farmers don’t always have opportunities to learn about public health matters related to the food that they produce and eat. The farmer learning videos hosted on Access Agriculture are now carrying many more messages than we first imagined. And the videos are rich enough that viewers can interpret them to learn unexpected lessons. As we have said in our earlier blog (Potato marmalade), eating is the last step in a process that usually starts with planting a seed, so it makes sense that videos for farmers can also benefit consumers.
Watch the video
The video Managing aflatoxins in groundnuts during drying and storage is available to watch or freely download in English, Spanish and a dozen other languages.
For more videos about preparing nutritious food, please see:
Enriching porridge, baby food
Making a condiment from soya beans
COMER MANÍ MÁS SANO
Por Jeff Bentley, 3 de junio del 2018
Rosario Cadima es una AGRICULTORA emprendedora que pasa dos días a la semana comprando y vendiendo papas en la feria de Colomi, Cochabamba. Juan Almanza, el extensionista talentoso que conocimos en el blog de la semana pasada (Videos para un poco más de inspiración), le había dado un DVD con una serie de videos de aprendizaje agrícola dirigidos a agricultores como ella. El DVD incluyó siete videos en español, quechua y aymara sobre el cuidado del suelo. Uno de los videos era sobre cacahuates (maníes), que al igual que otras leguminosas, fija nitrógeno para el suelo. Rosario recientemente vio el DVD con sus papás, abuelo y otros miembros de la familia. Miraron todos los videos durante tres noches, y ella los recordó vívidamente.
Juan se sorprendió cuando Rosario mencionó el video sobre maní. “Pero aquí no se produce maní”, dijo.
“No, pero los compramos y los comemos”, dijo Rosario. Luego explicó que ella y su familia a veces compraban maníes que tenían un molde grueso; simplemente lo limpiaban y comían los granos, que parecían limpios.
“Nosotros también”, admitió Juan.
El moho es un hongo y libera un veneno llamado aflatoxina en los maníes y otros alimentos almacenados. El video mostró todo esto, y explicó que las personas deben enterrar el maní con moho, en vez de comerlo.
La familia de Rosario ahora tiene cuidado de no comer maníes con moho. Los agricultores también son consumidores y un video puede ayudarlos a tomar mejores decisiones para con su comida. Los pequeños agricultores no siempre tienen la oportunidad de aprender sobre asuntos de salud pública relacionados con los alimentos que producen y comen. Los videos de aprendizaje agrícola ubicados en Access Agriculture ahora llevan muchos más mensajes de lo que imaginábamos al inicio. Y los videos son lo suficientemente ricos como para que el público pueda interpretarlos para aprender lecciones inesperadas. Como hemos dicho en nuestro blog anterior (Mermelada de papa), comer es el último paso en un proceso que generalmente comienza con la siembra de una semilla, por lo que tiene sentido que los videos para agricultores también puedan beneficiar a los consumidores.
Vea el video
El video El manejo de aflatoxinas en maní está disponible para ver o bajar gratis en inglés, español y una docena de otros idiomas.
Para más videos sobre la preparación de comida nutritiva, favor de ver:
Enriching porridge, alimento para bebés
Grafting is the surest way to get the fruit you want. If you grow a fruit from the seed, the new plant may not be the same as the one you planted. Although grafting was practiced in ancient Greece and China, even American trees like avocados can be grafted, as my agronomist wife, Ana Gonzales, recently explained to me in Cochabamba, Bolivia.
Ana has been grafting avocados for a couple of years now, in part because she knew someone who planted a grove of the small, but tasty Hass variety. He went to the trouble of flying in grafted trees from Chile. When the owner sold his land for a new housing development, Ana wanted to keep the variety going before the trees were all destroyed. She found an agronomist who ran a nursery and was willing to show her how to do the grafts. The second year she practiced on her own, and although she lost many of her trees that year, practice pays off and she’s pretty good at grafting now.
The first step is to grow the rootstock. We save all of the avocado seeds or pits at our house. We soak the pits in shallow water for a few days, before planting them in soil in a black plastic bag. It may take a year to grow into a seedling big enough to graft.
When you cut a tree you open the door for pathogens, so Ana starts by washing her tools in soapy water and disinfecting them with a weak bleach solution. She cleans the tools after working on each tree to avoid spreading fungi and bacteria which might kill the little plant.
I am a bit surprised when Ana takes the pruning shears to a flourishing seedling and cuts off its entire, leafy top. Now it looks more like a pencil than a tree. She uses a razor to slice a vertical cut into the stump of the decapitated seedling. This is going to be the rootstock of a new tree.
Next, she takes the scions, the small branches she has cut from the tree she wants to reproduce. When Ana began, she would go to orchards in the Cochabamba Valley to look for Haas avocados. She got several scions from trees still left on that housing estate that had once been an avocado grove. But it is better if you have the donor tree closer to hand. Freshness really matters in grafting.
The rootstock and the scion should be about the same diameter. Any mismatch in size and the two pieces of living wood don’t meld. Ana cuts the tip of the scion into a long, thin wedge and gently, but firmly slips it into the razor cut of the rootstock.
Ana says that sun and wind can dry out the graft and kill it. So she wraps a strip of paraffin tape around the wound, to bind the scion to the rootstock. She tears off a bit of newspaper, soaks it in water and wraps it around the top of her grafted tree, and then covers the newspaper with a small, new plastic bag and ties off the bottom of the bag, to keep it moist.
Ana sells most of the successful grafts, usually to family and friends. She sold one to a cousin and every time we visit we step out into the garden to check on Ana’s avocado tree, which is doing well.
Ana offers a guarantee. If the customer plants a tree and it dies, she replaces it. Most orchard deaths are due to careless transplanting or neglect. You never know what people are going to do to your little tree, but Ana gives her customers the benefit of the doubt and a replacement. She doesn’t want any disappointed customers. Human relations are fragile, like a grafted tree; it’s important to nurture them both.
Further viewing
Watch a detailed training video on grafting mango trees