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Chocolate has been getting a bad rap lately, for everything from deforestation to child labor and underpaid farmers who grow the cacao and never taste the chocolate. Fortunately, that’s not how they grow cacao in Bolivia.
I’ve been hearing about El Ceibo for 30 years. This umbrella organization of 47 cooperatives and over 1,300 cacao growers has been putting cocoa powder on Bolivian grocery shelves for some time, and in recent years they have been making fabulous chocolate bars. So, I was glad to get a chance to go spend a week with them not too long ago.
I went with José Luis Escobar, an agronomist who has known El Ceibo since the 1990s. El Ceibo’s headquarters are a campus of neat brick buildings, in the small town of Sapecho, in the Alto Beni region, La Paz, in the humid tropics of the Bolivian lowlands. The campus has offices, a lab, and meeting rooms, but also buildings to process cacao, and solar dryers with wheels so the drying cacao beans can be quickly rolled under a roof during a sudden shower. The walkways between the buildings are lined with cocoa trees with beautiful red, purple or golden pods.
Javier Marino, the sub-director of Ceibo’s technical wing (PIAF), showed us their nursery, also in Sapecho. Javier grew up on a nearby cocoa farm. After going away to get a degree in agronomy, he came back home and began to work at El Ceibo. 95% of Ceibo’s employees are cooperative members, or their children or grandchildren.
At the nursery, workers (all from cocoa-growing families) were busy mixing soil, sand and compost to fill the plastic bags to plant cocoa seeds. To meet the growing demand for cacao trees, El Ceibo is planning to sell half a million cocoa seedlings this year. The cocoa seedlings are of varieties that tolerate diseases like monilia, caused by a fungus. Tolerant varieties help farmers produce organic chocolate, without chemicals. Ceibo is also building a factory to produce biological fungicides and organic fertilizers.
El Ceibo has more than 10 extensionists, many of whom are cacao farmers, as well as professional agronomists. The extensionists visit each of the cooperatives that make up El Ceibo, and teach farmers to manage cacao and its diseases naturally. By nature, cocoa trees grow in the forest, in partial shade. The extensionists teach farmers to plant fruit and native forest trees among the cocoa. All the trees, even the cocoa, are pruned to let in light and air, to prevent diseases. El Ceibo agronomists explain to farmers that growing cacao with other trees also helps to manage the extreme temperatures of climate change.
El Ceibo maintains a model agroforestry plot at their nursery, where cacao grows under the rainforest trees. Some farmers have adopted agroforestry, but all of them have at least some forest trees growing among their cacao. Some of the trees are forest giants, so El Ceibo has a team of experts who visit farmers, to prune the tall trees. The pruners climb the trees safely, with ropes and harnesses. By cutting off the lower branches, the big trees cast just the right amount of shade, and the trees don’t have to be cut down. Years later, the trees can be harvested for timber, and then replanted.
All of this agronomy is paying off. In just eight years, El Ceibo has more than doubled its yield of organic cocoa, from an average of 450 pounds per hectare to 1000 (from 200 kilos to 450). To handle the increased volume, two years ago El Ceibo built a new collection center and processing plant near Sapecho. Trucks pull in with the harvested cacao beans, sent by the farmers. Before drying the cacao beans, El Ceibo ferments them in large wooden boxes, to bring out the best chocolate aromas, flavors and colors, and to get a higher price.
El Ceibo exports some cocoa butter through a German organic and fairtrade company, GEPA, and sells cocoa beans to chocolate-makers in Switzerland. But 70% of their production is for Bolivia. El Ceibo has a chocolate plant in the big city of El Alto, six hours away, staffed by grown children of cacao farmers.
Ceibo also has a shop, that opens onto a street in Sapecho, where you can buy general hardware, and special cacao-growing tools, besides the chocolate candies and cookies that El Ceibo produces. A sign in the shop reminds the cacao farmers that if they show their membership card they can buy the chocolates at a discount.
I met Jesús Tapia, a cacao-grower who has been a member of El Ceibo for 40 years. For the past two years he has also been the second vice-president of the board of directors. Like all of El Ceibo’s leaders, don Jesús was elected by the general membership. El Ceibo started 47 years ago, when a group of cocoa farmers decided that they could sell their own cocoa, and cut out the middlemen. These dealers would buy the cacao on credit, but could be slow coming back with the money. Cooperatives don’t always last very long, especially large umbrella organizations that bring together dozens of cooperatives. But here in Bolivia, the cacao farmers sell their produce at a fair price, create jobs for their co-op members, grow rainforest trees, and they have their own chocolate shop.
Acknowledgements
I’m indebted to José Luis Escobar, and to Misael Condori for introducing me to El Ceibo, and for their patient explanations. Thanks to José Luis Escobar and Paul Van Mele for reading and commenting on a previous version of this blog.
El Ceibo Cooperative Federation Ltd. (El Ceibo) has given technical assistance to its members since the 1980s. In 1993 El Ceibo created the Program to Implement Agroecology and Forestry (PIAF), which carries out research and development for the cooperatives.
Scientific name. Monilia is a disease caused by the fungus Moniliophthora roreri.
EL CEIBO: BUENOS AGRICULTORES, BUEN CHOCOLATE
Por Jeff Bentley, 9 de junio del 2024
Últimamente el chocolate tiene mala fama, desde la deforestación hasta el trabajo infantil y los agricultores mal pagados que producen el cacao sin jamás probar el chocolate. Afortunadamente, en Bolivia no se produce el cacao así.
Hace 30 años que oigo hablar de El Ceibo. Esta central de cooperativas, que agrupa a 47 cooperativas de base y más de 1.300 productores de cacao, lleva tiempo vendiendo cocoa en polvo y otros productos en sus tiendas y supermercados bolivianos. En los últimos años salieron con unas fabulosas barras de chocolate. Por eso me alegró tener la oportunidad de pasar una semana con ellos.
Fui con José Luis Escobar, un ingeniero agrónomo que conoce al Ceibo desde los años 90. La sede de El Ceibo es un campus de edificios bien construidos, de ladrillo, en el pueblo de Sapecho de la región de Alto Beni, La Paz, en el trópico húmedo de las tierras bajas bolivianas. El campus tiene oficinas, un laboratorio y salas de reuniones, pero también predios para procesar el cacao y secadores solares corredizos para meter los granos de cacao bajo techo rápidamente en caso de una lluvia sorpresiva. Las aceras entre los edificios están bordeadas de árboles de cacao con hermosas mazorcas rojas, moradas o doradas.
Javier Marino, el sub director del brazo técnico de El Ceibo (PIAF), nos mostró sus viveros, también en Sapecho. Javier es de la zona, y es hijo de productores de cacao. Tras egresarse como ingeniero agrónomo en la ciudad, volvió a casa y empezó a trabajar en El Ceibo. El 95% de los empleados de Ceibo son cooperativistas, o sus hijos o nietos.
En el vivero, los trabajadores (todos de familias cacaoteras) mezclan tierra, arena y abono para llenar las bolsas de plástico donde sembrar las semillas de cacao. Para satisfacer la creciente demanda de cacaoteros, este año El Ceibo venderá medio millón de plantines de cacao. Los plantines de cacao son de variedades que toleran enfermedades como la monilia, causada por un hongo. Las variedades tolerantes ayudan a los agricultores a producir chocolate ecológico, sin químicos. El Ceibo también está construyendo una fábrica para producir fungicidas biológicos y abonos orgánicos.
El Ceibo tiene más de 10 extensionistas. Muchos producen cacao, además de ser agrónomos profesionales. Los extensionistas visitan cada una de las cooperativas que componen El Ceibo y enseñan a los agricultores a manejar adecuadamente el cacao y sus enfermedades de forma natural. Por naturaleza, los árboles de cacao crecen en el bosque, en sombra parcial. Los extensionistas enseñan a los agricultores a plantar árboles frutales y forestales nativos entre el cacao. Todos los árboles, incluso el cacao, se podan para dejar entrar la luz y el aire, y así evitar las enfermedades. Los extensionistas de El Ceibo explican a los agricultores que cultivar cacao junto con otros árboles ayuda a manejar las temperaturas extremas del cambio climático.
Desde hace años, El Ceibo mantiene un modelo agroforestal en su vivero, donde el cacao crece bajo los árboles del bosque. Algunos agricultores han adoptado la agroforestería, pero todos tienen al menos algunos árboles forestales entre su cacao. Algunos de los árboles son gigantes del bosque; por eso El Ceibo tiene un equipo de expertos que visita a los agricultores para podar los árboles altos. Los podadores trepan a los árboles de forma segura, con lasos y arneses. Al cortar las ramas bajeras, los grandes árboles dan justo suficiente sombra y no es necesario talarlos. Años más tarde, los árboles pueden ser cosechados para madera y ser replantados.
Toda esta agronomía está dando sus frutos. En sólo ocho años, El Ceibo ha duplicado su producción de cacao ecológico, de un promedio de 45 quintales por hectárea a 10. Para manejar el mayor volumen, hace dos años El Ceibo construyó una nueva planta de acopio y de procesamiento de cacao húmedo, cerca de Sapecho. Llegan los camiones con cacao cosechado por sus agricultores. El cacao es fermentado en cajas de madera grandes, para resaltar los mejores aromas, sabores y colores del chocolate, y obtener un precio más alto.
El Ceibo exporta parte de la manteca de cacao a través de una empresa alemana de comercio justo y orgánico, GEPA, y vende granos de cacao a chocolateros de Suiza. Pero el 70% de su producción se destina a Bolivia. El Ceibo tiene una fábrica de chocolates en la gran ciudad de El Alto, a seis horas de distancia, donde trabajan los hijos e hijas mayores de los productores de cacao.
Ceibo también tiene una tienda, que da a una calle de Sapecho, donde se puede comprar ferretería en general y herramientas especiales para el cultivo del cacao, además de dulces y galletas de chocolate que El Ceibo produce. Un cartel en la tienda recuerda a los cacaocultores que si muestran su carnet de socio pueden comprar los chocolates con descuento.
Conocí a Jesús Tapia, un cultivador de cacao que es socio de El Ceibo desde hace 40 años. Desde hace dos años es también vicepresidente segundo de la junta directiva. Como todos los dirigentes de El Ceibo, don Jesús fue elegido por voto popular de los socios. El Ceibo nació hace 47 años, cuando un grupo de cacaocultores decidió vender su propio cacao y evitar a los intermediarios, que compraban la producción a crédito, pero tardaban en devolver el dinero. Las cooperativas no siempre duran mucho, sobre todo las grandes organizaciones que agrupan a docenas de cooperativas. Pero aquí, en Bolivia, los cultivadores de cacao venden sus productos a un precio justo, crean puestos de trabajo para sus cooperativas y afiliados, cultivan árboles de la selva tropical y tienen su propia chocolatería.
Agradecimientos
Estoy agradecido a José Luis Escobar y Misael Condori por hacerme conocer El Ceibo y por sus pacientes explicaciones. Gracias a José Luis Escobar y Paul Van Mele por leer y comentar sobre una versión previa de este blog.
La Central de Cooperativas El Ceibo R.L. (El Ceibo) ha dado asistencia técnica a sus afiliados desde los años 80. En el 1993 El Ceibo creó el Programa de Implementaciones Agro-ecológicas y Forestales (PIAF), el cual se encarga de la investigación y desarrollo para la central.
Nombre científico. La monilia es una enfermedad causada por el hongo Moniliophthora roreri.
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If a drier world needs more water, we may have to plant it ourselves. So, last week I took a course on how to do that. It was taught by my friends at Agroecología y Fe, a Bolivian NGO, which is doing applied, practical research on ways to plant and harvest water.
As we learned on the course, if the land is gently sloping, 0 to 6%, and if the bedrock is made of soft stone, rainwater can soak into it. The mountain slopes above the valleys of Cochabamba are made of soft, sedimentary rock, especially sandstone and shale. Many of the aquifers are short, just a few kilometers. Water that permeates the bedrock may emerge as a spring not far downhill. And the slower the water runs off the land, the more moisture sinks in.
The NGO’s name means “Agroecology and Faith.” And it must have taken a leap of faith eight years ago when they began to convince the people of the village of Chacapaya, Sipe, about an hour and a half from the city of Cochabamba, that there was a way to “plant water,” for their homes and gardens.
Marcelina Alarcón and Freddy Vargas, who are both agronomists with Agroecology and Faith, had worked with the community for years, on agroecological gardening projects. Still, it took a year to convince the people that there was a way to bring in more water. It was only after the local people saw that their springs and streams were starting to dry up, that they eventually agreed to try planting water.
They started by observing their land, hiking uphill from the springs. The oldest people, who knew the land well, showed Marcelina and Freddy were the water soaked in, or at least, where it used to soak in, before most of the vegetation had been removed by grazing animals and by cutting firewood.
They identified a plateau above the village, with five long, gently sloping depressions. In one of these places, called San Francisco, they dug shallow trenches with small machinery to slow the water. The community members also met to sign a document promising that in San Francisco they would not:
- Graze livestock
- Cut firewood
- Burn vegetation, or
- Plow up land for farming
As I learned from Germán Vargas, Freddy’s brother and the coordinator of Agroecology and Faith, those four commitments are the key to planting water. It sounds like a lot to ask, but Bolivians are now cooking with natural gas, even in the countryside, so firewood is less important. Children are going to school and don’t have time to herd sheep and goats. Many families have moved to the city, or commute there to work. They may still come home to plant crops, but are less interested in plowing up remote land for new fields. All of this means that there is less pressure on marginal lands, and an opportunity to use them to generate water.
When the course participants visited San Francisco, most of the water infiltration trenches were still holding water, even though it had not rained for weeks. It was hard to believe that just seven years earlier, this land had been bare, hardpacked soil. Now it was covered with native plants. Small trees were growing, not just the qhewiñas that the people had planted recently, but other species that were sprouting on their own, like khishwara, as well as brush, and grasses, including needle grass. Reforestation has worked so well that in January of 2024, the community dedicated another of their highland pastures to planting water.
Below San Francisco, there is a steep rocky slope, and at the base of that, a small spring that collects water from the plateau. When we saw the spring, it was gushing with clear water. Freddy explained that in 2017 this spring produced 2.3 liters of water per second. Every year it varied, with the rainfall, but the spring tended to hold more water every year. In 2024 it was running at about 5 liters per second, twice as much water in seven years.
The water from the spring feeds a stream that passes through Chacapaya, and the community has built tanks and tubes to distribute the water for drinking, irrigation and for livestock. Fortunately, the water benefits two communities. Below Chacapaya, the water flows into the River Pancuruma, which is dry most of the year. However, there is water just below the surface, where the residents of Chawarani, a neighborhood of the small city of Sipe Sipe, had dug a shallow well into the riverbed. Thanks in part to the water running off of San Francisco, the well is full of clear, clean water.
In 2023, donors helped pay for a large water tank (about 830,000 liters) in Chawarani, now filled by a solar pump, serving the community. The local people provided the labor and local materials for the project.
In these times when everything seems to be going wrong, I was glad to see that water can be managed creatively. This is a first experience, and yes, it has outside funding, but it’s proof of concept. Communities in other semi-arid parts of the world with degraded pasture on sloping land have an opportunity to use damaged lands to plant and harvest water. This is important in a warmer, drier world.
Acknowledgements
Thanks to Ing. Germán Vargas, Ing. Marcelina Alarcón, and Ing. Freddy Vargas, who all work at Agroecología y Fe, for offering an excellent course, and for the inspiring work they do. This work is supported by Misereor, Trees for All, Wilde Ganzen Foundation, Helvetas, and Fundación Samay. Thanks also to Germán Vargas, Paul Van Mele, and Clara Bentley for reading and commenting on a previous version of this story.
Photos
The top photo is courtesy of Germán Vargas. The others are by Jeff Bentley.
Scientific names
Qhewiña is Polylepis spp. Khishwara is Buddleja spp. Needle grass is Stipa ichu.
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SEMBRAR AGUA
Por Jeff Bentley, 5 de mayo del 2024
Si un mundo más seco necesita más agua, quizá tengamos que sembrarla. La semana pasada asistí a un curso sobre cómo hacerlo. Lo impartieron mis amigos de Agroecología y Fe, una ONG boliviana que hace investigación aplicada y práctica sobre cómo sembrar, criar y cosechar agua.
Como aprendimos en el curso, si el terreno tiene una pendiente suave, del 0 al 6%, y si la piedra madre es blanda, el agua de lluvia puede infiltrarse. Las faldas de la cordillera alrededor de los valles de Cochabamba son de roca sedimentaria blanda, sobre todo arenisca y lutita. Muchos de los acuíferos son cortos, de unos pocos kilómetros. El agua que penetra la roca puede brotar en un manantial no muy lejos, cuesta abajo. Y si el agua corre más lento sobre la tierra, se infiltra más.
Los de la ONG Agroecología y Fe realmente mostraron algo de fe hace ocho años, cuando empezaron a convencer a los comuneros de Chacapaya, Sipe, a una hora y media de la ciudad de Cochabamba, de que había una forma de sembrar agua, para sus hogares y sus huertos.
Marcelina Alarcón y Freddy Vargas, ambos agrónomos de Agroecología y Fe, llevaban años trabajando con la comunidad en proyectos de huertos agroecológicos. Aun así, les costó un año convencer a la gente de que había una forma de traer más agua. Sólo después de que la gente viera que sus vertientes y ríos empezaban a secarse, quedaron en intentar sembrar y criar agua.
Empezaron por observar sus tierras, desplazándose cuesta arriba desde las vertientes. Los más ancianos, que conocían bien la tierra, mostraron a Marcelina y Freddy dónde se infiltraba el agua, o al menos, dónde solía infiltrarse, antes de que casi toda la vegetación había sido eliminada por el pastoreo y por la tala de leña.
Identificaron una meseta por encima de la comunidad, con cinco depresiones alargadas y suavemente inclinadas. En uno de estos lugares, llamado San Francisco, cavaron zanjas poco profundas con pequeña maquinaria para frenar el agua. Los miembros de la comunidad también se reunieron para firmar un documento en el que prometían que en San Francisco no harían lo siguiente:
- Pastorear animales
- Cortar leña
- Quemar vegetación, o
- Habilitar terreno para cultivos
Según aprendí de Germán Vargas, hermano de Freddy y coordinador de Agroecología y Fe, esos cuatro compromisos son la clave para sembrar agua. Parece mucho pedir, pero ahora los bolivianos cocinan con gas natural, incluso en el campo, así que la leña es menos importante. Los niños van a la escuela y no tienen tiempo para pastorear ovejas y cabras. Muchas familias se han trasladado a la ciudad o van allí para trabajar. A veces vuelven a sus lugares de origen para sembrar, pero están menos interesados en preparar tierras remotas para crear nuevas chacras. Todo esto significa que hay menos presión sobre las tierras marginales, lo cual es una oportunidad de usarlas para generar agua.
Cuando los participantes del curso visitaron San Francisco, la mayoría de las zanjas de infiltración todavía tenían agua, a pesar de que hacía semanas que no llovía. Era difícil creer que sólo siete años antes, esta tierra había sido un suelo desnudo y duro. Ahora estaba cubierto de plantas nativas. Crecían pequeños árboles, no sólo las qhewiñas que la gente había plantado recientemente, sino otras especies que habían nacido por sí solas, como el khishwara, y las t’olas (arbustos nativos), pastos, y la paja brava, La reforestación ha funcionado tan bien que, en enero de 2024, la comunidad dedicó otro de sus pastizales de altura a la siembra de agua.
Debajo de San Francisco hay una inclinación rocosa y, en su base, una pequeña vertiente que se alimenta con el agua de la meseta. Cuando vimos la vertiente, manaba un chorro de agua cristalina. Freddy nos explicó que en 2017 esta vertiente daba 2,3 litros de agua por segundo. Cada año variaba, con las lluvias, pero la vertiente tendía a tener más agua cada año. En 2024 llevaba unos 5 litros por segundo, el doble de agua hace siete años.
El agua de esta vertiente pasa por Chacapaya, donde la comunidad ha construido reservorios y un sistema de distribución en tubería para agua potable, riego y para animales domésticos. Felizmente, el agua beneficia a dos comunidades. Más abajo de Chacapaya, el agua desemboca en el Río Pancuruma, que está seco la mayor parte del año. Sin embargo, hay agua justo debajo de la superficie, donde los vecinos de Chawarani, un vecindario de la pequeña ciudad de Sipe, había excavado un pozo poco profundo, una galería filtrante, en el lecho del río. Gracias en parte al agua que fluye desde San Francisco, el pozo está lleno de agua cristalina y limpia.
En 2023, los donantes ayudaron a costear un gran depósito de agua (unos 830.000 litros) en Chawarani, que ahora se llena con una bomba solar y sirve a la comunidad. La población local aportó la mano de obra y los materiales locales para el proyecto.
En estos tiempos en que todo parece estar mal, me alegró ver que el agua puede manejarse de forma creativa. Se trata de una primera experiencia, y sí, tiene financiamiento externo, pero es una prueba de concepto. Los pueblos de otras zonas semiáridas del mundo con pastizales degradados en altura tienen la oportunidad de usar los terrenos dañados para sembrar y cosechar agua. Esto es importante en un mundo más caliente y más seco.
Agradecimientos
Gracias al Ing. Germán Vargas, Ing. Marcelina Alarcón, y al Ing. Freddy Vargas, quienes trabajan en Agroecología y Fe, por ofrecer un excelente curso, y por el inspirador trabajo que realizan. Este trabajo es apoyado por Misereor, Trees for All, Fundación Wilde Ganzen, Helvetas, y Fundación Samay. Gracias también a Germán Vargas, Paul Van Mele y Clara Bentley por leer y comentar una versión anterior de este artículo.
Fotos
La primera foto es cortesía de Germán Vargas. Las demás son de Jeff Bentley.
Nombres científicos
Qhewiña es Polylepis spp. Khishwara es Buddleja spp. Paja brava es Stipa ichu.
Previamente en el blog de Agro-Insight
Lo que cuenta en la agroecología
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Nederlandse versie hieronder
Earlier, Jeff and I have written various blogs about the importance of soil organic matter and soil life to support thriving, sustainable food production. Soils that have many living organisms hold more carbon and nutrients and can better absorb and retain rainwater, all of which are crucial in these times of a disturbed climate.
But measuring life in soils can be a time-consuming activity depending on what one wants to measure. While bacteria and fungi cannot be seen by the naked eye, ants, grubs and earth worms can.
In one of the training videos that we filmed in Bolivia last February, Eliseo Mamani from the PROINPA Foundation, a science and technology organization, shows us meticulously how you can measure the visible soil organisms with farmers. Using a standardised method to measure soil life is important if you want to evaluate how certain farming practices have an effect on the life of your soil.
One early morning, we pick up Ana Mamani and Rubén Chipana from their homes to take us to a field on the altiplano that has been cultivated for various years and that has not received any organic fertilizer. The farmers of Chiarumani, Patacamaya, about 100 kilometres south of La Paz, have learned through collaborative research that there are more living things in some parts of the field, and fewer in other parts, so they take samples from 3 parts of the field.
With a spade they remove a block of soil 20 centimetres wide, 20 centimetres long and 20 centimetres deep. They carefully put all this soil in a white bag and close it tightly, so that the living things do not escape, because the earthworms and other living things move quickly.
We then drive to another place, where they collect 3 more samples from a field that has received organic fertilizer and where organic vegetables are grown. All samples are put in blue bags, all nicely labelled.
Under the shade of a tree, some more farmers have gathered to start counting the living organisms. One handful of soil at a time, they empty each bag on a plastic tray. As they come across a living creature, they carefully pick it out and report it to Eliseo who takes notes: how many earthworms, how many ants, how many termites, how many beetles, how many spiders and how many grubs.
After an hour, the results are added up and samples compared: there are only many earthworms in the soil from the field that received organic fertilizer. The farmers discuss the findings in group and conclude: If your soil has few living things, you can bring your soil to life by adding animal manure or compost, by leaving crop residues in the field, and not burning them. You can also improve soil life by ploughing less, as ploughing disturbs bacteria, fungi, and animals that add fertility to the soil.
After returning back home from our trip to Bolivia, I am still reflecting on the many things we have learned from farmers and the organisations who do basic, yet relevant research with them, when Marcella points to the fields in front of our office. In March, at the onset of spring, moles are most active. It is striking: the field to the left that hasn’t been ploughed or fertilized for several years has many mole hills. The field on the right is intensively managed and does not have a single mole hill. Ploughing reduces organic matter, which is feed for earthworms. Herbicides and pesticides kill soil life, including earthworms. Also, liquid manure, which is used abundantly across Flanders and the Netherlands, can kill earthworms, especially when cows have received antibiotics and other drugs. Liquid manure may also contain heavy metals used for animal feed, such as zinc and copper.
Earthworms can be counted and used as soil health bioindicators. When done in collaborative research with farmer groups this helps farmers understand how certain farming practices affects the health of their soil and the long-term sustainability of their farm. However, if you don’t have time to go out with a spade to take soil samples, even above ground indicators such as mole hills can offer a quick alternative.
Acknowledgements
The visit to Bolivia to film various farmer-to-farmer training videos, including this one, was made possible with the generous support of the Collaborative Crop Research Program (CCRP) of the McKnight Foundation. Thanks to the Foundation for the Promotion and Research of Andean Products (PROINPA) who introduced us to the communities, and to Eliseo Mamani in particular who led the soil exercises with the farmers for this video.
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Het leven in de bodem zien
Jeff en ik hebben al eerder verschillende blogs geschreven over het belang van organische stof in de bodem en bodemleven om duurzame voedselproductie te ondersteunen. Bodems met veel levende organismen houden meer koolstof en voedingsstoffen vast en kunnen regenwater beter absorberen en vasthouden, wat allemaal cruciaal is in deze tijden van een verstoord klimaat.
Maar het meten van het leven in de bodem kan een tijdrovende bezigheid zijn, afhankelijk van wat men wil meten. Terwijl bacteriën en schimmels niet met het blote oog te zien zijn, zijn mieren, larven en regenwormen dat wel.
In een van de trainingsvideo’s die we afgelopen februari in Bolivia hebben gefilmd, laat Eliseo Mamani van PROINPA, een wetenschappelijk en technologisch instituut, nauwkeurig zien hoe je samen met boeren de zichtbare bodemorganismen kunt meten. Het gebruik van een gestandaardiseerde methode om het bodemleven te meten is belangrijk als je wilt evalueren welk effect bepaalde landbouwpraktijken hebben op het bodemleven.
Op een vroege ochtend halen we Ana Mamani en Rubén Chipana op van hun huis om ons naar een veld op de altiplano te brengen dat al verschillende jaren wordt bewerkt en waar geen organische meststoffen zijn gebruikt. De boeren van Chiarumani, Patacamaya, ongeveer 100 kilometer ten zuiden van La Paz, hebben door gezamenlijk onderzoek geleerd dat er in sommige delen van het veld meer levende wezens zijn en in andere delen minder, dus nemen ze monsters van 3 delen van het veld.
Met een spade halen ze een blok grond weg van 20 centimeter breed, 20 centimeter lang en 20 centimeter diep. Ze doen al deze grond voorzichtig in een witte zak en sluiten deze goed af, zodat de levende wezens niet kunnen ontsnappen, want de regenwormen en andere levende wezens verplaatsen zich snel.
Daarna rijden we naar een andere plek, waar ze nog 3 monsters verzamelen van een veld dat organische mest heeft gekregen en waar organische groenten worden verbouwd. Alle monsters worden in blauwe zakken gedaan, allemaal netjes gelabeld.
Onder de schaduw van een boom hebben zich nog meer boeren verzameld om te beginnen met het tellen van de levende organismen. Een handvol grond per keer legen ze elke zak op een plastic dienblad. Als ze een levend wezen tegenkomen, pikken ze het er voorzichtig uit en rapporteren het aan Eliseo die aantekeningen maakt: hoeveel regenwormen, hoeveel mieren, hoeveel termieten, hoeveel kevers, hoeveel spinnen en hoeveel engerlingen.
Na een uur worden de resultaten opgeteld en de monsters vergeleken: er zitten alleen veel regenwormen in de grond van het veld dat organische mest heeft gekregen. De boeren bespreken de bevindingen in groep en concluderen: Als je bodem weinig levende wezens heeft, kun je je bodem tot leven brengen door dierlijke mest of compost toe te voegen, door gewasresten op het veld te laten liggen en ze niet te verbranden. Je kunt het bodemleven ook verbeteren door minder te ploegen, want ploegen verstoort bacteriën, schimmels en dieren die vruchtbaarheid aan de bodem toevoegen.
Na terugkomst van onze reis naar Bolivia ben ik nog steeds aan het nadenken over de vele dingen die we hebben geleerd van boeren en de organisaties die samen met hen eenvoudig, maar relevant onderzoek doen, als Marcella naar de velden voor ons kantoor wijst. In maart, aan het begin van de lente, zijn de mollen het actiefst. Het is opvallend: het veld links, dat al een paar jaar niet geploegd of bemest is, heeft veel molshopen. Het veld rechts wordt intensief beheerd en heeft geen enkele molshoop. Door ploegen vermindert het organisch materiaal, dat voedsel is voor regenwormen. Herbiciden en pesticiden doden het bodemleven, waaronder regenwormen. Ook vloeibare mest, die in heel Vlaanderen en Nederland overvloedig wordt gebruikt, kan regenwormen doden, vooral wanneer koeien antibiotica en andere medicijnen hebben gekregen. Vloeibare mest kan ook zware metalen bevatten die worden gebruikt voor diervoeder, zoals zink en koper.
Regenwormen kunnen worden geteld en gebruikt als bio-indicatoren voor de gezondheid van de bodem. Wanneer dit in samenwerking met boerengroepen wordt gedaan, helpt dit boeren te begrijpen hoe bepaalde landbouwpraktijken de gezondheid van hun bodem en de duurzaamheid van hun boerderij op de lange termijn beïnvloeden. Maar indien je geen tijd hebt om bodemmonsters te nemen met een spade, bieden bovengrondse indicatoren zoals molshopen een snel alternatief.
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Agricultural research is notoriously slow. It takes years to bear fruit, and donor-funded agencies don’t always last very long. But Bolivia got lucky with one organization that survived.
It started in 1989, when the Swiss funded a project to do potato research, the Potato Research Program (Proinpa), working closely with a core staff of four scientists from the International Potato Center (CIP). Most of the other staff were young Bolivians, including many thesis students.
Ten years later, in 1998, it was time to fold up the project, but some visionary people from Proinpa, with enthusiastic support of Swiss and CIP colleagues, decided to give Proinpa a new life as a permanent agency or foundation.
By then “Proinpa” had some name-brand recognition, so they wisely kept the acronym, but changed the full name to “Promotion and Research of Andean Products.” Proinpa’s leaders were not going to limit themselves to potatoes any more. The Swiss provided an endowment to pay for core costs, but it was not enough to run the whole organization.
Proinpa went through some rough times. When they stopped being a project, they had to give up their spacious offices in the city of Cochabamba. For a while they rented an aging building far from the city that had been used as a government rabies control center. Later, they could only afford one floor of that building. I remember being there on moving day, years ago, when they were all cramming into the smaller space, happily carrying boxes of files to squeeze together into shared offices. They were surviving.
Survival was important. Public-sector agricultural research in Bolivia was going through some rough times. The Bolivian Institute of Agricultural and Livestock Research (IBTA) closed in 1997 and its replacement died a few years later. Government agricultural research only started again In 2008, when the National Institute of Agricultural and Livestock and Forestry Innovation (INIAF) was created. During those years, Proinpa was an outstanding center for agricultural research in Bolivia, and curated priceless collections of potatoes and quinoas.
That potato seedbank was kept at Toralapa, in the countryside some 70 km from the city of Cochabamba. Over the years, Proinpa had expanded the collection from 1000 accessions to 4000. This biodiversity is the source of genetic material that plant breeders need to create new varieties. In 2010, the government, which owned the station at Toralapa, turned it over to INIAF. Proinpa worked with INIAF for a year, to ensure a stable transition, and the government of Bolivia still maintains that collection of potatoes and other Andean crops.
Proinpa recently asked me to join them for their 25th anniversary event, held at their small campus, built after 2005. The celebration started with tours of stands, where Proinpa highlighted their most important research.
Dr. Ximena Cadima, member of the Bolivian Academy of Science, explained how Proinpa has used its knowledge of local crops to breed 69 officially released new varieties, of the potato, quinoa and seven other crops. They also encouraging farmers to grow native potatoes on their farms, which is also crucial for keeping these unique crops alive.
Luis Crespo, entomologist, and Giovanna Plata, plant pathologist, explained their research to develop ecological alternatives to pest control. Luis talked about his work with insect sex pheromones. One of the many things he does is to dissect female moths and remove their scent glands, which he sends to a company in the Netherlands that isolates the sex pheromone from the glands. The company synthesizes the pheromone, makes more of it, and Proinpa uses it to bait traps. Male moths smell the pheromone, think it is a receptive female and fly to it. The frustrated males die in the trap. The females can’t lay eggs without mating, eliminating the next generation of pests before they are born.
Giovana showed us how they study the microbes that kill pathogens. She places different fungi and bacteria in petri dishes to see which microorganisms can physically displace the germs that cause crop diseases. She also isolates plant growth hormones, produced by the good microbes.
This background work on the ecology of microbes has informed Proinpa’s efforts to create a new industry of benign pest control. Jimmy Ciancas, an engineer, led us around Proinpa’s new plant, where they produce tons of beneficial bacteria and fungi to replace the chemicals that farmers use to control pests and diseases.
Proinpa also shows off the research by Dr. Alejandro Bonifacio and colleagues who are developing windbreaks of native plants and sowing wild lupines as a cover crop. This research aims to save the high Andes from the devastating erosion unleashed when the Quinoa Boom of 2010-2014 stripped away native vegetation. The soil simply blew away.
Later, we moved to Proinpa’s comfortable lunch room, which is shaded, but open to the air on three sides, perfect for Cochabamba’s climate. The place had been set up as a formal auditorium, where, for over an hour, Proinpa gave plaques to honor some of the many organizations that had helped them over the years: universities, INIAF, small-town mayors in the municipalities where Proinpa does field work. Many organizations reciprocated, giving Proinpa an award right back. Proinpa has survived because of good leadership, and because of its many friends.
In between the speeches, I got a chance to meet the man sitting next to me, Lionel Ichazo, who supervises three large, commercial farms for a food processing company in the lowlands of Eastern Bolivia. They grow soya in the summer and wheat and sorghum in the winter. Lionel confirmed what Proinpa says, that the use of natural pesticides is exploding on the low plains. Lionel uses Proinpa’s natural pesticides as a seed dressing to control disease. Lionel, who is also an agronomist and a graduate of El Zamorano, one of Latin America’s top agricultural universities (in Honduras), said that he noticed how the soil has been improving over the four years that he has used the microbes. The microorganisms were break down the crop stubble into carbon that the plants can use. Lionel added that most of the large-scale farmers are still treating their seeds with agrochemicals. But they are starting to see that the biological products work, at affordable prices, and are often even cheaper than the chemicals. Of course, the biologicals are safer to handle, and environmentally friendly. And that is key to their success. Demand is skyrocketing.
It has taken many years of research to produce environmentally-sound, biological pesticides that can convince large-scale commercial farmers to start to transition away from agrochemicals. I thought back to a time about 15 years earlier, when I saw Proinpa doing trials with farmers near Cochabamba. That was an early stage of these scientifically-sound natural products. Agricultural research is slow by nature, but like a fruit tree that takes years to mature, the wait is worth the while.
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PROINPA: INVESTIGACIÓN AGRÍCOLA QUE VALE LA PENA ESPERAR
Jeff Bentley, 21 de mayo del 2023
La investigación agrícola es notoriamente lenta. Tarda años en dar frutos, y los programas financiados por donantes suelen durar poco tiempo. Pero Bolivia tuvo suerte con una organización que sobrevivió.
Empezó en 1989, cuando los suizos financiaron un proyecto nuevo, el Proyecto de Investigación de la Papa (Proinpa), en colaboración con cuatro científicos del Centro Internacional de la Papa (CIP). Casi todo el resto del personal eran jóvenes bolivianos, entre ellos muchos tesistas.
Diez años después, en 1998, llegó el momento de cerrar el proyecto, pero algunas personas visionarias de Proinpa, con el apoyo entusiasta de colegas suizos y del CIP, decidieron dar a Proinpa una nueva vida como agencia o fundación permanente.
Para entonces “Proinpa” ya tenía cierto reconocimiento como marca, así que sabiamente mantuvieron el acrónimo, pero cambiaron el nombre completo a “Promoción e Investigación de Productos Andinos”. Los dirigentes de Proinpa ya no iban a limitarse a las papas. Los suizos aportaron una dotación para cubrir los gastos básicos, pero no era suficiente para hacer funcionar toda la organización.
Proinpa pasó por momentos difíciles. Cuando dejaron de ser un proyecto, tuvieron que abandonar sus amplias oficinas de la ciudad de Cochabamba. Durante un tiempo alquilaron un viejo edificio alejado de la ciudad que había sido un centro gubernamental de control de la rabia. Más tarde, sólo pudieron pagar una planta de ese edificio. Recuerdo estar allí el día de la mudanza, hace años, cuando todos se dieron modos para entrar en el espacio más pequeño, cargando alegremente cajas de archivos para apretarse en oficinas compartidas. Estaban sobreviviendo.
Sobrevivir era importante. La investigación agraria pública en Bolivia atravesaba tiempos difíciles. El Instituto Boliviano de Investigación Agropecuaria (IBTA) cerró en 1997 y su sustituto murió pocos años después. La investigación agropecuaria estatal no se reanudó hasta 2008, cuando se creó el Instituto Nacional de Innovación Agropecuaria y Forestal (INIAF). Durante esos años, Proinpa fue un destacado centro de investigación agrícola en Bolivia, y conservó invaluables colecciones de papa y quinua.
Ese banco de semillas de papa se mantenía en Toralapa, en el campo, a unos 70 km de la ciudad de Cochabamba. Con los años, Proinpa había ampliado la colección de 1000 accesiones a 4000. Esta biodiversidad es la fuente de material genético que necesitan los fitomejoradores para crear nuevas variedades. En 2010, el Gobierno, que era propietario de la estación de Toralapa, la cedió al INIAF. Proinpa trabajó con el INIAF durante un año para garantizar una transición estable, y el Gobierno de Bolivia sigue manteniendo esa colección de papas y otros cultivos andinos.
Hace poco, Proinpa me pidió que me uniera a ellos en el acto de su 25 aniversario, celebrado en su pequeño campus, construido después de 2005. La celebración comenzó con visitas a los stands, donde Proinpa destacó sus investigaciones más importantes.
La Dra. Ximena Cadima, miembro de la Academia Boliviana de Ciencias, explicó cómo Proinpa ha usado su conocimiento de los cultivos locales para obtener 69 nuevas variedades oficialmente liberadas de papa, quinua y siete cultivos más. También animan a los agricultores a cultivar papas nativas en sus chacras, lo que también es crucial para mantener vivos estos cultivos únicos.
Luis Crespo, entomólogo, y Giovanna Plata, fitopatóloga, explicaron sus investigaciones para desarrollar alternativas ecológicas al control de plagas. Luis habló de su trabajo con las feromonas sexuales de los insectos. Una de las muchas cosas que hace es disecar polillas hembras y extraerles las glándulas de olor, que envía a una empresa en Holanda que aísla la feromona sexual de las glándulas. La empresa sintetiza la feromona, fabrica más y Proinpa la usa para cebo de trampas. Las polillas machos huelen la feromona, piensan que se trata de una hembra receptiva y vuelan hacia ella. Los machos frustrados mueren en la trampa. Las hembras no pueden poner huevos sin aparearse, lo que elimina la siguiente generación de plagas antes de que nazcan.
Giovana nos mostró cómo estudian los microbios que matan a los patógenos. Coloca diferentes hongos y bacterias en placas Petri para ver qué microorganismos pueden desplazar físicamente a los gérmenes que causan enfermedades en los cultivos. También aísla hormonas de crecimiento de plantas, producidas por los microbios buenos.
Este trabajo sobre la ecología de los microbios ha permitido a Proinpa crear una nueva industria de control natural de plagas. Jimmy Ciancas, ingeniero, nos guio por la nueva planta de Proinpa, donde producen toneladas de bacterias y hongos benéficos para sustituir a los químicos que los agricultores fumigan para controlar plagas y enfermedades.
Proinpa también nos mostró las investigaciones del Dr. Alejandro Bonifacio y sus colegas, que están desarrollando rompevientos con plantas nativas y sembrando tarwi silvestre como cultivo de cobertura. Esta investigación tiene como objetivo salvar a los altos Andes de la devastadora erosión desatada cuando el boom de la quinua de (2010-2014) arrasó con la vegetación nativa. El suelo simplemente se voló.
Más tarde, nos trasladamos al confortable comedor de Proinpa, sombreado pero abierto al aire por tres lados, perfecto para el clima de Cochabamba. El lugar había sido acondicionado como un auditorio formal, donde, durante más de una hora, Proinpa entregó placas en honor a algunas de las muchas organizaciones que les habían ayudado a lo largo de los años: universidades, INIAF, alcaldes de municipios donde Proinpa hace trabajo de campo. Muchas organizaciones reciprocaron, entregando a Proinpa premios que ellos trajeron. Proinpa ha sobrevivido gracias a un buen liderazgo y a sus muchos amigos.
Entre los discursos, tuve la oportunidad de conocer al hombre sentado a mi lado, Lionel Ichazo, que supervisa tres fincas comerciales para una empresa molinera en las tierras bajas del este de Bolivia. Cultivan soya en verano y trigo y sorgo en invierno. Lionel confirmó lo que Proinpa dice, que el uso de plaguicidas naturales se está disparando en las llanuras bajas. Lionel usa los plaguicidas naturales de Proinpa como tratamiento de semillas para controlar las enfermedades. Lionel, que también es ingeniero agrónomo y graduado de El Zamorano, una de las mejores universidades agrícolas de América Latina (en Honduras), dijo que notó cómo el suelo ha ido mejorando durante los cuatro años que ha usado los microbios. Los microorganismos descomponían los rastrojos en carbono que las plantas podían usar. Lionel añadió que la mayoría de los agricultores a gran escala siguen usando agroquímicos en el tratamiento de semillas. Sin embargo, se está viendo que los productos biológicos funcionan, con precios accesibles y hasta más baratos que los químicos. Por supuesto son más sanos para el manipuleo y amigables con el medio ambiente. Y eso es la clave del éxito de los productos. La demanda se está disparando.
Ha tomado muchos años de investigación para producir plaguicidas biológicos que cuidan el medio ambiente y que puedan convencer a los agricultores comerciales para que empiecen a abandonar los productos agroquímicos. Me acordé de una época, unos 15 años antes, cuando vi a Proinpa haciendo ensayos con agricultores cerca de Cochabamba. Aquella fue una etapa temprana de estos productos naturales con base científica. La investigación agrícola es lenta por naturaleza, pero como un árbol frutal que tarda años en madurar, la espera vale la pena.
Previamente en el blog de Agro-Insight
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Agradecimientos
Paul Van Mele, Graham Thiele, Rolando Oros, Jorge Blajos y Lionel Ichazo leyeron e hicieron comentarios valiosos sobre una versión previa de este blog.
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Vea la versión en español a continuación
Soil may be the basis of farming, and therefore of almost all of our food, but farmers and soil scientists see the soil in completely different, if equally valid ways.
In Bolivia, I was recently making a video with Paul and Marcella on soil tests that extension agents can do with farmers. Our local expert was Eliseo Mamani, a gifted Bolivian agronomist.
Before our visit, Eliseo had prepared three soil tests in collaboration with soil scientist Steve Vanek. One of the tests uses bottles and sieves and cloth to separate out the “particulate organic matter”, or POM … dark brown crumbs of carbon-rich, dead plant and animal litter that feed the plants. Good soil has more POM than poor soil.
In preparation for our visit, Eliseo had been practicing the soil tests with local farmers. He introduced us to Victoria Quispe, who farms and herds llamas and sheep with her husband. I asked doña Victoria what made a good soil. I thought she might say something like its rich organic matter. She could have also said it has neutral pH, because one of the tests Eliseo had taught them was to use pH paper to see when soil is too acidic or too alkaline.
But no, doña Victoria said, “We know when the soil is good by the plants growing on it.” The answer makes perfect sense. These communities on the high Altiplano grow potatoes for a year, then quinoa for a year, and then they fallow the land for at least six years. In that time, the high pampas become covered with native needle grass, and various species of native brush called t’ula.
Later in the day, Eliseo led four farmers to do the POM test. They collected soil from a well-rested field and from one that had been recently cultivated. The group washed a sample of soil from each field and carefully sieved out the POM, little pieces about 2 mm across. Then Eliseo carefully arranged the particles into small disks on a piece of white paper. The soil from the tired soil yielded only enough POM to make a disk of 2 cm in diameter. But the circle from the rested soil was 6 cm across.
In other words, the well-rested soil was covered in native plants, and it had lots more particulate organic matter than the tired soil, which had only a light covering of plants. The scientific test and local knowledge had reached the same conclusion, that fallow can improve the soil. Soil scientists tend to look at what soil is made of. Farmers notice what will grow on it. Soil content, and its ecology are both important, but it is worth noting that scientists and local people can look at the world in different ways, and both can be right.
Previous Agro-Insight blog
Recovering from the quinoa boom
Further reading
For more details on the plants that grow on fallowed soil on the Altiplano, see:
Bonifacio, Alejandro, Genaro Aroni, Milton Villca & Jeffery W. Bentley (2022) Recovering from quinoa: Regenerative agricultural research in Bolivia, Journal of Crop Improvement, DOI: 10.1080/15427528.2022.2135155
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Acknowledgements
Ing. Eliseo Mamani works for the Proinpa Foundation. This work was made possible with the kind support of the Collaborative Crop Research Program (CCRP) of the McKnight Foundation.
CIENCIAS DE SUELO, DIFERENTES PERO CORRECTOS
Jeff Bentley, 23 de abril del 2023
Puede que el suelo sea la base de la agricultura y, por tanto, de casi todos nuestros alimentos, pero los agricultores y los científicos de suelo ven el suelo de formas completamente distintas, aunque igualmente válidas.
Hace poco estuve en Bolivia grabando un vídeo con Paul y Marcella sobre las pruebas de suelo que los agentes de extensión pueden hacer con los agricultores. Nuestro experto local era Eliseo Mamani, un talentoso ingenieroagrónomo boliviano.
Antes de nuestra visita, Eliseo había preparado tres pruebas de suelo en colaboración con el edafólogo Steve Vanek. Una de las pruebas usa botellas, tamices y telas para separar la “materia orgánica particulada”, o MOP… migajas de color marrón oscuro de hojarasca vegetal y animal muerta. Las partículas son ricas en carbono, y alimentan a las plantas. La tierra buena tiene más MOP que la tierra pobre.
Para preparar nuestra visita, Eliseo había practicado las pruebas de suelo con agricultores locales. Nos presentó a Victoria Quispe, que cría llamas y ovejas con su marido. Le pregunté a doña Victoria qué era un buen suelo. Pensé que diría algo como que tiene mucha materia orgánica. También podría haber dicho que tiene un pH neutro, porque una de las pruebas que Eliseo les había enseñado era usar papel de pH para ver cuándo el suelo es demasiado ácido o demasiado alcalino.
Pero no, doña Victoria dijo: “Sabemos cuándo la tierra es buena por las plantas que crecen en ella”. La respuesta tiene mucho sentido. Estas comunidades del Altiplano cultivan papas durante un año, luego quinua durante otro, y después dejan la tierra en barbecho durante al menos seis años. En ese tiempo, la pampa alta se cubre de paja brava nativa, y de varias especies de arbustos nativos llamados t’ula.
Más tarde, Eliseo llevó a cuatro agricultoras a hacer la prueba de la MOP. Recogieron tierra de un campo bien descansado y de una parcela que había sido cultivada recientemente. El grupo lavó una muestra de tierra de cada campo y tamizó cuidadosamente la MOP, pequeños trozos de unos 2 mm de diámetro. A continuación, Eliseo dispuso cuidadosamente las partículas en pequeños discos sobre un trozo de tela blanca. La tierra del suelo cansado sólo dio suficiente MOP para hacer un disco de 2 cm de diámetro. Pero el círculo de la tierra descansada tenía 6 cm de diámetro.
En otras palabras, el suelo bien descansado estaba cubierto de plantas nativas y tenía muchas más partículas de materia orgánica que el suelo cansado, que sólo tenía una ligera capa de plantas. La prueba científica y el conocimiento local habían llegado a la misma conclusión: que el barbecho puede mejorar el suelo. Los científicos de suelo tienden a fijarse en de qué está hecho el suelo. Los agricultores se fijan en lo que crece en él. Tanto el contenido del suelo como su ecología son importantes, pero hay que tener en cuenta que los científicos y la población local pueden ver el mundo de formas distintas, y ambos pueden tener razón.
Previamente en el blog de Agro-Insight
Recuperándose del boom de la quinua
Lectura adicional
Bonifacio, Alejandro, Genaro Aroni, Milton Villca & Jeffery W. Bentley (2022) Recovering from quinoa: Regenerative agricultural research in Bolivia, Journal of Crop Improvement, DOI: 10.1080/15427528.2022.2135155
Un video relacionado al tema
Barreras vivas para proteger el suelo
Agradecimiento
El Dr. Ing. Eliseo Mamani trabaja para la Fundación Proinpa. Este trabajo se hizo con el generoso apoyo del Programa Colaborativo de Investigación de Cultivos (CCRP) de la Fundación McKnight.