Vea la versión en español a continuación
Chocolate has been getting a bad rap lately, for everything from deforestation to child labor and underpaid farmers who grow the cacao and never taste the chocolate. Fortunately, that’s not how they grow cacao in Bolivia.
I’ve been hearing about El Ceibo for 30 years. This umbrella organization of 47 cooperatives and over 1,300 cacao growers has been putting cocoa powder on Bolivian grocery shelves for some time, and in recent years they have been making fabulous chocolate bars. So, I was glad to get a chance to go spend a week with them not too long ago.
I went with José Luis Escobar, an agronomist who has known El Ceibo since the 1990s. El Ceibo’s headquarters are a campus of neat brick buildings, in the small town of Sapecho, in the Alto Beni region, La Paz, in the humid tropics of the Bolivian lowlands. The campus has offices, a lab, and meeting rooms, but also buildings to process cacao, and solar dryers with wheels so the drying cacao beans can be quickly rolled under a roof during a sudden shower. The walkways between the buildings are lined with cocoa trees with beautiful red, purple or golden pods.
Javier Marino, the sub-director of Ceibo’s technical wing (PIAF), showed us their nursery, also in Sapecho. Javier grew up on a nearby cocoa farm. After going away to get a degree in agronomy, he came back home and began to work at El Ceibo. 95% of Ceibo’s employees are cooperative members, or their children or grandchildren.
At the nursery, workers (all from cocoa-growing families) were busy mixing soil, sand and compost to fill the plastic bags to plant cocoa seeds. To meet the growing demand for cacao trees, El Ceibo is planning to sell half a million cocoa seedlings this year. The cocoa seedlings are of varieties that tolerate diseases like monilia, caused by a fungus. Tolerant varieties help farmers produce organic chocolate, without chemicals. Ceibo is also building a factory to produce biological fungicides and organic fertilizers.
El Ceibo has more than 10 extensionists, many of whom are cacao farmers, as well as professional agronomists. The extensionists visit each of the cooperatives that make up El Ceibo, and teach farmers to manage cacao and its diseases naturally. By nature, cocoa trees grow in the forest, in partial shade. The extensionists teach farmers to plant fruit and native forest trees among the cocoa. All the trees, even the cocoa, are pruned to let in light and air, to prevent diseases. El Ceibo agronomists explain to farmers that growing cacao with other trees also helps to manage the extreme temperatures of climate change.
El Ceibo maintains a model agroforestry plot at their nursery, where cacao grows under the rainforest trees. Some farmers have adopted agroforestry, but all of them have at least some forest trees growing among their cacao. Some of the trees are forest giants, so El Ceibo has a team of experts who visit farmers, to prune the tall trees. The pruners climb the trees safely, with ropes and harnesses. By cutting off the lower branches, the big trees cast just the right amount of shade, and the trees don’t have to be cut down. Years later, the trees can be harvested for timber, and then replanted.
All of this agronomy is paying off. In just eight years, El Ceibo has more than doubled its yield of organic cocoa, from an average of 450 pounds per hectare to 1000 (from 200 kilos to 450). To handle the increased volume, two years ago El Ceibo built a new collection center and processing plant near Sapecho. Trucks pull in with the harvested cacao beans, sent by the farmers. Before drying the cacao beans, El Ceibo ferments them in large wooden boxes, to bring out the best chocolate aromas, flavors and colors, and to get a higher price.
El Ceibo exports some cocoa butter through a German organic and fairtrade company, GEPA, and sells cocoa beans to chocolate-makers in Switzerland. But 70% of their production is for Bolivia. El Ceibo has a chocolate plant in the big city of El Alto, six hours away, staffed by grown children of cacao farmers.
Ceibo also has a shop, that opens onto a street in Sapecho, where you can buy general hardware, and special cacao-growing tools, besides the chocolate candies and cookies that El Ceibo produces. A sign in the shop reminds the cacao farmers that if they show their membership card they can buy the chocolates at a discount.
I met Jesús Tapia, a cacao-grower who has been a member of El Ceibo for 40 years. For the past two years he has also been the second vice-president of the board of directors. Like all of El Ceibo’s leaders, don Jesús was elected by the general membership. El Ceibo started 47 years ago, when a group of cocoa farmers decided that they could sell their own cocoa, and cut out the middlemen. These dealers would buy the cacao on credit, but could be slow coming back with the money. Cooperatives don’t always last very long, especially large umbrella organizations that bring together dozens of cooperatives. But here in Bolivia, the cacao farmers sell their produce at a fair price, create jobs for their co-op members, grow rainforest trees, and they have their own chocolate shop.
Acknowledgements
I’m indebted to José Luis Escobar, and to Misael Condori for introducing me to El Ceibo, and for their patient explanations. Thanks to José Luis Escobar and Paul Van Mele for reading and commenting on a previous version of this blog.
El Ceibo Cooperative Federation Ltd. (El Ceibo) has given technical assistance to its members since the 1980s. In 1993 El Ceibo created the Program to Implement Agroecology and Forestry (PIAF), which carries out research and development for the cooperatives.
Scientific name. Monilia is a disease caused by the fungus Moniliophthora roreri.
EL CEIBO: BUENOS AGRICULTORES, BUEN CHOCOLATE
Por Jeff Bentley, 9 de junio del 2024
Últimamente el chocolate tiene mala fama, desde la deforestación hasta el trabajo infantil y los agricultores mal pagados que producen el cacao sin jamás probar el chocolate. Afortunadamente, en Bolivia no se produce el cacao así.
Hace 30 años que oigo hablar de El Ceibo. Esta central de cooperativas, que agrupa a 47 cooperativas de base y más de 1.300 productores de cacao, lleva tiempo vendiendo cocoa en polvo y otros productos en sus tiendas y supermercados bolivianos. En los últimos años salieron con unas fabulosas barras de chocolate. Por eso me alegró tener la oportunidad de pasar una semana con ellos.
Fui con José Luis Escobar, un ingeniero agrónomo que conoce al Ceibo desde los años 90. La sede de El Ceibo es un campus de edificios bien construidos, de ladrillo, en el pueblo de Sapecho de la región de Alto Beni, La Paz, en el trópico húmedo de las tierras bajas bolivianas. El campus tiene oficinas, un laboratorio y salas de reuniones, pero también predios para procesar el cacao y secadores solares corredizos para meter los granos de cacao bajo techo rápidamente en caso de una lluvia sorpresiva. Las aceras entre los edificios están bordeadas de árboles de cacao con hermosas mazorcas rojas, moradas o doradas.
Javier Marino, el sub director del brazo técnico de El Ceibo (PIAF), nos mostró sus viveros, también en Sapecho. Javier es de la zona, y es hijo de productores de cacao. Tras egresarse como ingeniero agrónomo en la ciudad, volvió a casa y empezó a trabajar en El Ceibo. El 95% de los empleados de Ceibo son cooperativistas, o sus hijos o nietos.
En el vivero, los trabajadores (todos de familias cacaoteras) mezclan tierra, arena y abono para llenar las bolsas de plástico donde sembrar las semillas de cacao. Para satisfacer la creciente demanda de cacaoteros, este año El Ceibo venderá medio millón de plantines de cacao. Los plantines de cacao son de variedades que toleran enfermedades como la monilia, causada por un hongo. Las variedades tolerantes ayudan a los agricultores a producir chocolate ecológico, sin químicos. El Ceibo también está construyendo una fábrica para producir fungicidas biológicos y abonos orgánicos.
El Ceibo tiene más de 10 extensionistas. Muchos producen cacao, además de ser agrónomos profesionales. Los extensionistas visitan cada una de las cooperativas que componen El Ceibo y enseñan a los agricultores a manejar adecuadamente el cacao y sus enfermedades de forma natural. Por naturaleza, los árboles de cacao crecen en el bosque, en sombra parcial. Los extensionistas enseñan a los agricultores a plantar árboles frutales y forestales nativos entre el cacao. Todos los árboles, incluso el cacao, se podan para dejar entrar la luz y el aire, y así evitar las enfermedades. Los extensionistas de El Ceibo explican a los agricultores que cultivar cacao junto con otros árboles ayuda a manejar las temperaturas extremas del cambio climático.
Desde hace años, El Ceibo mantiene un modelo agroforestal en su vivero, donde el cacao crece bajo los árboles del bosque. Algunos agricultores han adoptado la agroforestería, pero todos tienen al menos algunos árboles forestales entre su cacao. Algunos de los árboles son gigantes del bosque; por eso El Ceibo tiene un equipo de expertos que visita a los agricultores para podar los árboles altos. Los podadores trepan a los árboles de forma segura, con lasos y arneses. Al cortar las ramas bajeras, los grandes árboles dan justo suficiente sombra y no es necesario talarlos. Años más tarde, los árboles pueden ser cosechados para madera y ser replantados.
Toda esta agronomía está dando sus frutos. En sólo ocho años, El Ceibo ha duplicado su producción de cacao ecológico, de un promedio de 45 quintales por hectárea a 10. Para manejar el mayor volumen, hace dos años El Ceibo construyó una nueva planta de acopio y de procesamiento de cacao húmedo, cerca de Sapecho. Llegan los camiones con cacao cosechado por sus agricultores. El cacao es fermentado en cajas de madera grandes, para resaltar los mejores aromas, sabores y colores del chocolate, y obtener un precio más alto.
El Ceibo exporta parte de la manteca de cacao a través de una empresa alemana de comercio justo y orgánico, GEPA, y vende granos de cacao a chocolateros de Suiza. Pero el 70% de su producción se destina a Bolivia. El Ceibo tiene una fábrica de chocolates en la gran ciudad de El Alto, a seis horas de distancia, donde trabajan los hijos e hijas mayores de los productores de cacao.
Ceibo también tiene una tienda, que da a una calle de Sapecho, donde se puede comprar ferretería en general y herramientas especiales para el cultivo del cacao, además de dulces y galletas de chocolate que El Ceibo produce. Un cartel en la tienda recuerda a los cacaocultores que si muestran su carnet de socio pueden comprar los chocolates con descuento.
Conocí a Jesús Tapia, un cultivador de cacao que es socio de El Ceibo desde hace 40 años. Desde hace dos años es también vicepresidente segundo de la junta directiva. Como todos los dirigentes de El Ceibo, don Jesús fue elegido por voto popular de los socios. El Ceibo nació hace 47 años, cuando un grupo de cacaocultores decidió vender su propio cacao y evitar a los intermediarios, que compraban la producción a crédito, pero tardaban en devolver el dinero. Las cooperativas no siempre duran mucho, sobre todo las grandes organizaciones que agrupan a docenas de cooperativas. Pero aquí, en Bolivia, los cultivadores de cacao venden sus productos a un precio justo, crean puestos de trabajo para sus cooperativas y afiliados, cultivan árboles de la selva tropical y tienen su propia chocolatería.
Agradecimientos
Estoy agradecido a José Luis Escobar y Misael Condori por hacerme conocer El Ceibo y por sus pacientes explicaciones. Gracias a José Luis Escobar y Paul Van Mele por leer y comentar sobre una versión previa de este blog.
La Central de Cooperativas El Ceibo R.L. (El Ceibo) ha dado asistencia técnica a sus afiliados desde los años 80. En el 1993 El Ceibo creó el Programa de Implementaciones Agro-ecológicas y Forestales (PIAF), el cual se encarga de la investigación y desarrollo para la central.
Nombre científico. La monilia es una enfermedad causada por el hongo Moniliophthora roreri.
Vea la versión en español a continuación
If a drier world needs more water, we may have to plant it ourselves. So, last week I took a course on how to do that. It was taught by my friends at Agroecología y Fe, a Bolivian NGO, which is doing applied, practical research on ways to plant and harvest water.
As we learned on the course, if the land is gently sloping, 0 to 6%, and if the bedrock is made of soft stone, rainwater can soak into it. The mountain slopes above the valleys of Cochabamba are made of soft, sedimentary rock, especially sandstone and shale. Many of the aquifers are short, just a few kilometers. Water that permeates the bedrock may emerge as a spring not far downhill. And the slower the water runs off the land, the more moisture sinks in.
The NGO’s name means “Agroecology and Faith.” And it must have taken a leap of faith eight years ago when they began to convince the people of the village of Chacapaya, Sipe, about an hour and a half from the city of Cochabamba, that there was a way to “plant water,” for their homes and gardens.
Marcelina Alarcón and Freddy Vargas, who are both agronomists with Agroecology and Faith, had worked with the community for years, on agroecological gardening projects. Still, it took a year to convince the people that there was a way to bring in more water. It was only after the local people saw that their springs and streams were starting to dry up, that they eventually agreed to try planting water.
They started by observing their land, hiking uphill from the springs. The oldest people, who knew the land well, showed Marcelina and Freddy were the water soaked in, or at least, where it used to soak in, before most of the vegetation had been removed by grazing animals and by cutting firewood.
They identified a plateau above the village, with five long, gently sloping depressions. In one of these places, called San Francisco, they dug shallow trenches with small machinery to slow the water. The community members also met to sign a document promising that in San Francisco they would not:
- Graze livestock
- Cut firewood
- Burn vegetation, or
- Plow up land for farming
As I learned from Germán Vargas, Freddy’s brother and the coordinator of Agroecology and Faith, those four commitments are the key to planting water. It sounds like a lot to ask, but Bolivians are now cooking with natural gas, even in the countryside, so firewood is less important. Children are going to school and don’t have time to herd sheep and goats. Many families have moved to the city, or commute there to work. They may still come home to plant crops, but are less interested in plowing up remote land for new fields. All of this means that there is less pressure on marginal lands, and an opportunity to use them to generate water.
When the course participants visited San Francisco, most of the water infiltration trenches were still holding water, even though it had not rained for weeks. It was hard to believe that just seven years earlier, this land had been bare, hardpacked soil. Now it was covered with native plants. Small trees were growing, not just the qhewiñas that the people had planted recently, but other species that were sprouting on their own, like khishwara, as well as brush, and grasses, including needle grass. Reforestation has worked so well that in January of 2024, the community dedicated another of their highland pastures to planting water.
Below San Francisco, there is a steep rocky slope, and at the base of that, a small spring that collects water from the plateau. When we saw the spring, it was gushing with clear water. Freddy explained that in 2017 this spring produced 2.3 liters of water per second. Every year it varied, with the rainfall, but the spring tended to hold more water every year. In 2024 it was running at about 5 liters per second, twice as much water in seven years.
The water from the spring feeds a stream that passes through Chacapaya, and the community has built tanks and tubes to distribute the water for drinking, irrigation and for livestock. Fortunately, the water benefits two communities. Below Chacapaya, the water flows into the River Pancuruma, which is dry most of the year. However, there is water just below the surface, where the residents of Chawarani, a neighborhood of the small city of Sipe Sipe, had dug a shallow well into the riverbed. Thanks in part to the water running off of San Francisco, the well is full of clear, clean water.
In 2023, donors helped pay for a large water tank (about 830,000 liters) in Chawarani, now filled by a solar pump, serving the community. The local people provided the labor and local materials for the project.
In these times when everything seems to be going wrong, I was glad to see that water can be managed creatively. This is a first experience, and yes, it has outside funding, but it’s proof of concept. Communities in other semi-arid parts of the world with degraded pasture on sloping land have an opportunity to use damaged lands to plant and harvest water. This is important in a warmer, drier world.
Acknowledgements
Thanks to Ing. Germán Vargas, Ing. Marcelina Alarcón, and Ing. Freddy Vargas, who all work at Agroecología y Fe, for offering an excellent course, and for the inspiring work they do. This work is supported by Misereor, Trees for All, Wilde Ganzen Foundation, Helvetas, and Fundación Samay. Thanks also to Germán Vargas, Paul Van Mele, and Clara Bentley for reading and commenting on a previous version of this story.
Photos
The top photo is courtesy of Germán Vargas. The others are by Jeff Bentley.
Scientific names
Qhewiña is Polylepis spp. Khishwara is Buddleja spp. Needle grass is Stipa ichu.
Related Agro-Insight blogs
Related videos
Living windbreaks to protect the soil
SEMBRAR AGUA
Por Jeff Bentley, 5 de mayo del 2024
Si un mundo más seco necesita más agua, quizá tengamos que sembrarla. La semana pasada asistí a un curso sobre cómo hacerlo. Lo impartieron mis amigos de Agroecología y Fe, una ONG boliviana que hace investigación aplicada y práctica sobre cómo sembrar, criar y cosechar agua.
Como aprendimos en el curso, si el terreno tiene una pendiente suave, del 0 al 6%, y si la piedra madre es blanda, el agua de lluvia puede infiltrarse. Las faldas de la cordillera alrededor de los valles de Cochabamba son de roca sedimentaria blanda, sobre todo arenisca y lutita. Muchos de los acuíferos son cortos, de unos pocos kilómetros. El agua que penetra la roca puede brotar en un manantial no muy lejos, cuesta abajo. Y si el agua corre más lento sobre la tierra, se infiltra más.
Los de la ONG Agroecología y Fe realmente mostraron algo de fe hace ocho años, cuando empezaron a convencer a los comuneros de Chacapaya, Sipe, a una hora y media de la ciudad de Cochabamba, de que había una forma de sembrar agua, para sus hogares y sus huertos.
Marcelina Alarcón y Freddy Vargas, ambos agrónomos de Agroecología y Fe, llevaban años trabajando con la comunidad en proyectos de huertos agroecológicos. Aun así, les costó un año convencer a la gente de que había una forma de traer más agua. Sólo después de que la gente viera que sus vertientes y ríos empezaban a secarse, quedaron en intentar sembrar y criar agua.
Empezaron por observar sus tierras, desplazándose cuesta arriba desde las vertientes. Los más ancianos, que conocían bien la tierra, mostraron a Marcelina y Freddy dónde se infiltraba el agua, o al menos, dónde solía infiltrarse, antes de que casi toda la vegetación había sido eliminada por el pastoreo y por la tala de leña.
Identificaron una meseta por encima de la comunidad, con cinco depresiones alargadas y suavemente inclinadas. En uno de estos lugares, llamado San Francisco, cavaron zanjas poco profundas con pequeña maquinaria para frenar el agua. Los miembros de la comunidad también se reunieron para firmar un documento en el que prometían que en San Francisco no harían lo siguiente:
- Pastorear animales
- Cortar leña
- Quemar vegetación, o
- Habilitar terreno para cultivos
Según aprendí de Germán Vargas, hermano de Freddy y coordinador de Agroecología y Fe, esos cuatro compromisos son la clave para sembrar agua. Parece mucho pedir, pero ahora los bolivianos cocinan con gas natural, incluso en el campo, así que la leña es menos importante. Los niños van a la escuela y no tienen tiempo para pastorear ovejas y cabras. Muchas familias se han trasladado a la ciudad o van allí para trabajar. A veces vuelven a sus lugares de origen para sembrar, pero están menos interesados en preparar tierras remotas para crear nuevas chacras. Todo esto significa que hay menos presión sobre las tierras marginales, lo cual es una oportunidad de usarlas para generar agua.
Cuando los participantes del curso visitaron San Francisco, la mayoría de las zanjas de infiltración todavía tenían agua, a pesar de que hacía semanas que no llovía. Era difícil creer que sólo siete años antes, esta tierra había sido un suelo desnudo y duro. Ahora estaba cubierto de plantas nativas. Crecían pequeños árboles, no sólo las qhewiñas que la gente había plantado recientemente, sino otras especies que habían nacido por sí solas, como el khishwara, y las t’olas (arbustos nativos), pastos, y la paja brava, La reforestación ha funcionado tan bien que, en enero de 2024, la comunidad dedicó otro de sus pastizales de altura a la siembra de agua.
Debajo de San Francisco hay una inclinación rocosa y, en su base, una pequeña vertiente que se alimenta con el agua de la meseta. Cuando vimos la vertiente, manaba un chorro de agua cristalina. Freddy nos explicó que en 2017 esta vertiente daba 2,3 litros de agua por segundo. Cada año variaba, con las lluvias, pero la vertiente tendía a tener más agua cada año. En 2024 llevaba unos 5 litros por segundo, el doble de agua hace siete años.
El agua de esta vertiente pasa por Chacapaya, donde la comunidad ha construido reservorios y un sistema de distribución en tubería para agua potable, riego y para animales domésticos. Felizmente, el agua beneficia a dos comunidades. Más abajo de Chacapaya, el agua desemboca en el Río Pancuruma, que está seco la mayor parte del año. Sin embargo, hay agua justo debajo de la superficie, donde los vecinos de Chawarani, un vecindario de la pequeña ciudad de Sipe, había excavado un pozo poco profundo, una galería filtrante, en el lecho del río. Gracias en parte al agua que fluye desde San Francisco, el pozo está lleno de agua cristalina y limpia.
En 2023, los donantes ayudaron a costear un gran depósito de agua (unos 830.000 litros) en Chawarani, que ahora se llena con una bomba solar y sirve a la comunidad. La población local aportó la mano de obra y los materiales locales para el proyecto.
En estos tiempos en que todo parece estar mal, me alegró ver que el agua puede manejarse de forma creativa. Se trata de una primera experiencia, y sí, tiene financiamiento externo, pero es una prueba de concepto. Los pueblos de otras zonas semiáridas del mundo con pastizales degradados en altura tienen la oportunidad de usar los terrenos dañados para sembrar y cosechar agua. Esto es importante en un mundo más caliente y más seco.
Agradecimientos
Gracias al Ing. Germán Vargas, Ing. Marcelina Alarcón, y al Ing. Freddy Vargas, quienes trabajan en Agroecología y Fe, por ofrecer un excelente curso, y por el inspirador trabajo que realizan. Este trabajo es apoyado por Misereor, Trees for All, Fundación Wilde Ganzen, Helvetas, y Fundación Samay. Gracias también a Germán Vargas, Paul Van Mele y Clara Bentley por leer y comentar una versión anterior de este artículo.
Fotos
La primera foto es cortesía de Germán Vargas. Las demás son de Jeff Bentley.
Nombres científicos
Qhewiña es Polylepis spp. Khishwara es Buddleja spp. Paja brava es Stipa ichu.
Previamente en el blog de Agro-Insight
Lo que cuenta en la agroecología
Videos relevantes
Barreras vivas para proteger el suelo
Vea la versión en español a continuación
While working at a vineyard in Spain, Enrique Carvajal thought of starting his own winery back home in Bolivia. Enrique was from the small town of Cliza, in Cochabamba, but he had spent most of his career working abroad, at different jobs from the USA to Tel Aviv. He would go out for a year or two, and send money home to his wife and family.
Enrique’s parents had always grown grapes in Bolivia, so he had long known how to make a rustic wine, but the Spanish vineyard was unusual. It was associated with priests, and set up to make sacramental wine, some of which they sent to priests in other countries, which did not make their own wine. The experience gave him the idea that wine could be kind of a big deal.
In 2015, in his fifties, and back in Bolivia, don Enrique collected varieties, like white muscatel, shiraz, merlot and others. By 2021, he produced over 2000 liters. Over the years, Enrique has observed which vines produce a fine wine at his farm’s altitude, 2,800 meters, making it among the highest vineyards in the world. Enrique has also created a label, and given his vineyard a name, Medallón. Having a name was a marketing idea that Enrique learned in Spain, but the name “Medallón” comes from the different medals that his family’s peaches and apples have won in local fairs.
Don Enrique also innovates by cooperating with Cliza’s municipal government, which releases sterile fruit flies in the valley every Wednesday. Medallón is one of their release sites.
Don Enrique is proud that his family’s wine is natural. He doesn’t add any chemicals to it, he explains.
He shows my wife Ana and I, and some fellow visitors, a sample of his neat bottles, with red, white and rosé vintages. The newest ones sell for a modest 25 Bolivianos (just over 3 dollars), while the 11-year-old wines sell for 100 Bolivianos.
“I’m setting aside some wine every year, for my children and grandchildren to keep as long as possible,” don Enrique explains. This aged wine and a family business will be part of don Enrique’s legacy.
Enrique’s years in Spain gave him a vision of a different future, while his stay in Tel Aviv gave him an appreciation of the past. “When I lived in Tel Aviv, I was able to travel all over the Holy land,” don Enrique explains, adding sadly, “To the places where they are fighting now.”
“I visited Bethlehem and Jerusalem and Canaan, where Jesus performed his first miracle of turning water into wine.” He adds, “Wine is sacred.”
Enrique combined his grape-growing skills, learned at home, with some Spanish ideas for marketing an upscale product, and then experimented on his own with different grape varieties at high altitudes. Intangibles, like caring for the environment, wanting to leave something for the family, and finding a spiritual connection with one’s produce, all add meaning to his work.
Acknowledgements
Thanks to Enrique Carvajal, Ana Gonzáles, and Paul Van Mele for commenting on previous versions of this story.
EN EL ESPÍRITU DEL VINO
Por Jeff Bentley
31 de marzo del 2024
Mientras trabajaba en un viñedo en España, Enrique Carvajal pensó en montar su propia bodega en Bolivia. Enrique era de la pequeña ciudad de Cliza, en Cochabamba, pero había pasado la mayor parte de su carrera trabajando en el extranjero, en distintos empleos desde los Estados Unidos a Tel Aviv. Se iba por uno o dos años y enviaba dinero a su mujer y a su familia.
Los padres de Enrique siempre habían cultivado la vid en Bolivia, así que él sabía desde hacía tiempo cómo hacer un vino rústico, pero el viñedo español era distinto. Estaba asociada a unos curas quienes elaboraban vino sacramental, parte del cual enviaban a sacerdotes de otros países, donde no se elaboraba su propio vino. La experiencia le dio la idea de que el vino podía ser algo importante.
En 2015, ya cincuentón y de vuelta en Bolivia, don Enrique recolectó variedades, como moscatel blanco, shiraz, merlot y otras. Para 2021, solía producir más de 2000 litros por año. A lo largo de los años, Enrique ha observado qué cepas producen un buen vino a la altitud de su finca, 2.800 metros, lo que la sitúa entre los viñedos más altos del mundo. Enrique también ha creado una etiqueta y ha dado nombre a su viñedo, Medallón. Tener un nombre fue una idea de marketing que Enrique aprendió en España, pero el nombre “Medallón” viene de las diferentes medallas para los duraznos y manzanas que su familia ha ganado en ferias locales.
Don Enrique también innova colaborando con la alcaldía de Cliza, que libera moscas de la fruta estériles en el valle todos los miércoles. Medallón es uno de sus lugares de liberación.
Don Enrique está orgulloso de que el vino de su familia sea natural. No le añade ningún producto químico, él explica.
Nos enseña a mi mujer Ana y a mí, y a otros visitantes, una muestra de sus elegantes botellas, con vinos tintos, blancos y rosados. Las más nuevas se venden a sólo 25 bolivianos (poco más de 3 dólares), mientras que las de 11 años cuestan 100 bolivianos.
“Cada año reservo algunas botellas de vino para que mis hijos y nietos las conserven lo más que puedan, explica don Enrique. Este vino añejo y un negocio familiar formarán parte del legado de don Enrique.
Los años que Enrique pasó en España le dieron una visión nueva del, mientras que su estancia en Tel Aviv le hizo apreciar el pasado. “Cuando vivía en Tel Aviv, pude viajar por toda la Tierra Santa”, explica don Enrique, y añade con tristeza: “A los lugares donde ahora están peleando”.
“Visité Belén y Jerusalén y Canaán, donde Jesús hizo su primer milagro de convertir el agua en vino”. Y añade: “El vino es sagrado”.
Don Enrique combinó sus conocimientos sobre el cultivo de la vid, aprendidos en casa, con algunas ideas españolas para comercializar un producto de alta gama, y luego experimentó por su cuenta con distintas variedades de uva a gran altitud. Los intangibles, como el cuidado del medio ambiente, el deseo de dejar algo a la familia y la búsqueda de una conexión espiritual con los propios productos, añaden significado a su trabajo.
Agradecimiento
Agradezco a Enrique Carvajal, Ana González y Paul Van Mele por leer y comentar sobre versiones previas de este relato.
At Agro-Insight, we make a lot of videos with farmer-experimenters. But experimentation can go on for years, even after we have wrapped up our video. We film many innovations that farmers have honed after learning about them from agronomists. Capturing those practices on a video makes them seem permanent. But the farmers and their extensionists keep reworking the ideas, after the video is filmed, as I saw recently in Kiphakiphani, near Viacha, in the high country around La Paz, Bolivia.
In December I was at a large, annual meeting of the McKnight Foundation. Our hosts, local research-&-development agencies, had brought in farmers from across the vast Altiplano, to a “technology fair,” where the farmers showed off their current innovations. Many of the participants were farmers who have appeared on previous videos of ours. It was a chance to catch up.
In 2018, we filmed Milton Villca, an extensionist, and farmers from the community of Chita, near Uyuni in southern Bolivia, planting live barriers to stop devastating wind erosion in quinoa fields. At the time we filmed the community, they showed us how to gather the tiny seeds of native brush, t’ola, using plastic basins. The community members worked so well and so fast that they clearly had a lot of experience gathering the tiny seeds. But anything can be improved.
At the stand I visited in 2023, five years after filming, they described a better way to collect millions of tiny seeds, with a big vacuum cleaner, powered by electricity from a car battery.
In 2018, Chita was planting windbreaks with seedlings raised in another community. But now the people of Chita have their own nursery, and they are growing and planting many more of these native t’ola plants in the fight to keep their farmland from blowing away.
In 2022, Farmers from Cebollullo, in a warm valley of La Paz, showed us how to make enriched biofertilizer, for a video. As farmer Freddy Rivero explained at the technology fair in late 2023, they also make other inputs, like a liquid ash mix, bokashi and Bordeaux mix. None of these were developed locally. As Freddy said of the Bordeaux mix “The French invented this as a fungicide for their grape vines”. But using these organic products instead of agrochemicals is still a big change for Cebollullo, where most farmers rely on agrochemicals to produce truckloads of onions and lettuce for the large wholesale markets of La Paz and El Alto, two of Bolivia’s biggest cities.
Before adopting biofertilizers, the farmers of Cebollullo had a problem. Their crop yields were declining while agrochemical costs kept going up. Now the farmers are making more money producing vegetables with organic inputs. “Of 120 of us, 22 farmers are now using these organic inputs,” Freddy said.
I asked him why more farmers were not using the alternatives to chemicals. “Because we only started using them ourselves, a year ago,” Freddy said. Actually, it was more like two years ago, but now farmers like don Freddy are showing their neighbors in Cebollullo that the alternatives to chemicals really work. Freddy and his colleagues expect more farmers to start using the homemade fertilizers and fungicides in the next few years. If the agroecological farmers can farm profitably, it will gradually convince the neighbors to change from chemicals to ecologically-sound farming.
Parts of our 2022 video on enriched biofertilizer were also filmed in Chigani Alto, a village on the shores of Lake Titicaca. The farmers from Chigani Alto, including Fernando Villca and Juana Martínez, showed us how they are using lots of other inventions as well, such as fertilizer made from earthworms. To teach Bolivian farmers how to rear earthworms, agronomist Maya Apaza is showing them videos from India and Bangladesh. The farmers in Bolivia are raising earthworms in one-meter by one-meter wooden boxes. They are also experimenting with the fertilizer derived from earthworms, comparing it side-by-side with chemical fertilizer, to see which one works best.
So the camera creates a record of farmer-agronomist collaboration, and the practical ideas they come up with together, but after the camera leaves, life goes on, and so does further innovation.
Further reading
For more on the t’ola plants and their scientific names see:
Bonifacio, Alejandro, Genaro Aroni, Milton Villca, and Jeffery W. Bentley 2023 Recovering from Quinoa: Regenerative Agricultural Research in Bolivia. Journal of Crop Improvement 37(5): 687-708. https://doi.org/10.1080/15427528.2022.2135155
Previous Agro-Insight blogs
Recovering from the quinoa boom
Watch the videos we made in Bolivia
Living windbreaks to protect the soil
The videos on earthworms from South Asia
Acknowledgements
The technology fair in December 2023, was organized by the Proinpa Foundation, Prosuco, and the Public University of San Andrés (UMSA). The experiments in Chita, with soil conservation, was conducted by Proinpa, and the biofertilizer innovations were led by Prosuco. This work was supported by the McKnight Foundation’s Global Collaboration for Resilient Food Systems.
DESPUÉS DE GUARDAR LA CÁMARA
En Agro-Insight, hacemos muchos videos con agricultores experimentadores. Pero la experimentación puede durar años, incluso después de que hayamos terminado nuestro video. Muchas de las innovaciones que filmamos han sido pulidas por los agricultores después de haberlas aprendido de los agrónomos. Capturar esas prácticas en un video las hace parecer permanentes. Pero los agricultores y sus extensionistas siguen reelaborando las ideas, después de que se filma el video, como vi recientemente en Kiphakiphani, cerca de Viacha, en el altiplano de La Paz, Bolivia.
En diciembre estuve en una gran reunión anual de la Fundación McKnight. Nuestros anfitriones, agencias bolivianas de investigación y desarrollo, habían traído agricultores de todo el vasto Altiplano a una “feria tecnológica”, donde los agricultores mostraban sus innovaciones actuales. Varios de los participantes eran agricultores que han aparecido en videos anteriores nuestros. Fue una oportunidad para ponernos al día.
En 2018, filmamos a Milton Villca, un extensionista, y a agricultores de la comunidad de Chita, cerca de Uyuni en el sur de Bolivia, mientras plantaban barreras vivas para detener la devastadora erosión del viento en los campos de quinua. En ese momento, en la comunidad, nos mostraron cómo recolectar las pequeñísimas semillas de arbustos nativos, las t’olas, usando fuentes de plástico. Los miembros de la comunidad trabajaban tan bien y tan rápido que claramente tenían mucha experiencia recolectando las semillitas. Pero todo se puede mejorar.
En el stand que visité en 2023, cinco años después de la filmación, mostraron que habían descubierto una mejor manera de recolectar millones de semillas chiquitas, con una aspiradora grande, alimentada por electricidad de una batería de automóvil.
En 2018, Chita estaba plantando rompevientos con plántulas cultivadas en otra comunidad. Pero ahora la gente de Chita tiene su propio vivero y está cultivando y plantando muchas más de estas plantas nativas de t’ola en la lucha para evitar que sus tierras se las lleve el viento.
En 2022, los agricultores de Cebollullo, en un cálido valle de La Paz, nos mostraron cómo hacer biofertilizante enriquecido, para un video. Como explicó el agricultor Freddy Rivero en la feria tecnológica a fines de 2023, también elaboran otros insumos, como una mezcla de ceniza líquida, bokashi y caldo bordolés. Ninguno de estos fue desarrollado localmente. Como dijo don Freddy acerca del caldo bordolés: “Los franceses lo inventaron como fungicida para sus vides”. Pero usar estos productos orgánicos en lugar de agroquímicos sigue siendo un gran cambio para Cebollullo, donde la mayoría de los agricultores confían en los agroquímicos para producir camionadas de cebollas y lechugas para los grandes mercados mayoristas de La Paz y El Alto, dos de las ciudades más grandes de Bolivia.
Antes de adoptar biofertilizantes, los agricultores de Cebollullo tenían un problema. Sus rendimientos agrícolas estaban disminuyendo mientras los costos de los agroquímicos seguían subiendo. Ahora los agricultores están ganando más dinero produciendo verduras con insumos orgánicos. “De 120, 22 agricultores ahora usamos estos insumos orgánicos”, dijo Freddy.
Le pregunté por qué no más agricultores usaban las alternativas a los químicos. “Porque nosotros mismos solo comenzamos a usarlos, hace un año”, dijo Freddy. En realidad, fue más como hace dos años, pero ahora agricultores como don Freddy están mostrando a sus vecinos en Cebollullo que las alternativas a los químicos realmente funcionan. Freddy y sus colegas esperan que más agricultores comiencen a usar los fertilizantes y fungicidas caseros en los próximos años. Si los agricultores agroecológicos pueden cultivar de manera rentable, convencerán gradualmente a los vecinos de que pasen de los químicos a una agricultura ecológicamente responsable.
Partes de nuestro video de 2022 sobre biofertilizante enriquecido también se filmaron en Chigani Alto, un pueblo a orillas del lago Titicaca. Los agricultores de Chigani Alto, como Fernando Villca y Juana Martínez, nos mostraron cómo usaban otros inventos también, como un fertilizante hecho de lombrices de tierra. Para enseñar a los agricultores bolivianos a criar lombrices de tierra, la agrónoma Maya Apaza les muestra videos de India y Bangladesh. Los agricultores en Bolivia están criando lombrices de tierra en cajas de madera de un metro por un metro. También están experimentando con el fertilizante derivado de las lombrices de tierra, comparándolo lado a lado con el fertilizante químico, para ver cuál funciona mejor.
La cámara crea un registro de la colaboración entre agricultores y agrónomos, y las ideas prácticas que se les ocurren juntos. Pero después de que la cámara se guarda, la vida continúa, igual que la innovación.
Lectura adicional
Sobre las t’olas y sus nombres científicos:
Bonifacio, Alejandro, Genaro Aroni, Milton Villca, and Jeffery W. Bentley 2023 Recovering from Quinoa: Regenerative Agricultural Research in Bolivia. Journal of Crop Improvement 37(5): 687-708. https://doi.org/10.1080/15427528.2022.2135155
Previamente en el blog de Agro-Insight
Recuperándose del boom de la quinua
Ver los videos que filmamos en Bolivia
Barreras vivas para proteger el suelo
Los videos del Sur de la Asia sobre la lombriz de tierra
La maravillosa lombriz de tierra
Agradecimientos
La feria de prácticas y tecnologías agroecológicas en diciembre del 2023 se organizó por la Fundación Proinpa, Prosuco, y la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Los experimentos en Chita, con la conservación del suelo, se realizaron con Proinpa, y las innovaciones con el biofertilizante se hicieron con Prosuco. Este trabajo fue apoyado por la Colaboración Global para Sistemas Alimentarios Resilientes de la Fundación McKnight.
Vea la versión en español a continuación
Agricultural research is notoriously slow. It takes years to bear fruit, and donor-funded agencies don’t always last very long. But Bolivia got lucky with one organization that survived.
It started in 1989, when the Swiss funded a project to do potato research, the Potato Research Program (Proinpa), working closely with a core staff of four scientists from the International Potato Center (CIP). Most of the other staff were young Bolivians, including many thesis students.
Ten years later, in 1998, it was time to fold up the project, but some visionary people from Proinpa, with enthusiastic support of Swiss and CIP colleagues, decided to give Proinpa a new life as a permanent agency or foundation.
By then “Proinpa” had some name-brand recognition, so they wisely kept the acronym, but changed the full name to “Promotion and Research of Andean Products.” Proinpa’s leaders were not going to limit themselves to potatoes any more. The Swiss provided an endowment to pay for core costs, but it was not enough to run the whole organization.
Proinpa went through some rough times. When they stopped being a project, they had to give up their spacious offices in the city of Cochabamba. For a while they rented an aging building far from the city that had been used as a government rabies control center. Later, they could only afford one floor of that building. I remember being there on moving day, years ago, when they were all cramming into the smaller space, happily carrying boxes of files to squeeze together into shared offices. They were surviving.
Survival was important. Public-sector agricultural research in Bolivia was going through some rough times. The Bolivian Institute of Agricultural and Livestock Research (IBTA) closed in 1997 and its replacement died a few years later. Government agricultural research only started again In 2008, when the National Institute of Agricultural and Livestock and Forestry Innovation (INIAF) was created. During those years, Proinpa was an outstanding center for agricultural research in Bolivia, and curated priceless collections of potatoes and quinoas.
That potato seedbank was kept at Toralapa, in the countryside some 70 km from the city of Cochabamba. Over the years, Proinpa had expanded the collection from 1000 accessions to 4000. This biodiversity is the source of genetic material that plant breeders need to create new varieties. In 2010, the government, which owned the station at Toralapa, turned it over to INIAF. Proinpa worked with INIAF for a year, to ensure a stable transition, and the government of Bolivia still maintains that collection of potatoes and other Andean crops.
Proinpa recently asked me to join them for their 25th anniversary event, held at their small campus, built after 2005. The celebration started with tours of stands, where Proinpa highlighted their most important research.
Dr. Ximena Cadima, member of the Bolivian Academy of Science, explained how Proinpa has used its knowledge of local crops to breed 69 officially released new varieties, of the potato, quinoa and seven other crops. They also encouraging farmers to grow native potatoes on their farms, which is also crucial for keeping these unique crops alive.
Luis Crespo, entomologist, and Giovanna Plata, plant pathologist, explained their research to develop ecological alternatives to pest control. Luis talked about his work with insect sex pheromones. One of the many things he does is to dissect female moths and remove their scent glands, which he sends to a company in the Netherlands that isolates the sex pheromone from the glands. The company synthesizes the pheromone, makes more of it, and Proinpa uses it to bait traps. Male moths smell the pheromone, think it is a receptive female and fly to it. The frustrated males die in the trap. The females can’t lay eggs without mating, eliminating the next generation of pests before they are born.
Giovana showed us how they study the microbes that kill pathogens. She places different fungi and bacteria in petri dishes to see which microorganisms can physically displace the germs that cause crop diseases. She also isolates plant growth hormones, produced by the good microbes.
This background work on the ecology of microbes has informed Proinpa’s efforts to create a new industry of benign pest control. Jimmy Ciancas, an engineer, led us around Proinpa’s new plant, where they produce tons of beneficial bacteria and fungi to replace the chemicals that farmers use to control pests and diseases.
Proinpa also shows off the research by Dr. Alejandro Bonifacio and colleagues who are developing windbreaks of native plants and sowing wild lupines as a cover crop. This research aims to save the high Andes from the devastating erosion unleashed when the Quinoa Boom of 2010-2014 stripped away native vegetation. The soil simply blew away.
Later, we moved to Proinpa’s comfortable lunch room, which is shaded, but open to the air on three sides, perfect for Cochabamba’s climate. The place had been set up as a formal auditorium, where, for over an hour, Proinpa gave plaques to honor some of the many organizations that had helped them over the years: universities, INIAF, small-town mayors in the municipalities where Proinpa does field work. Many organizations reciprocated, giving Proinpa an award right back. Proinpa has survived because of good leadership, and because of its many friends.
In between the speeches, I got a chance to meet the man sitting next to me, Lionel Ichazo, who supervises three large, commercial farms for a food processing company in the lowlands of Eastern Bolivia. They grow soya in the summer and wheat and sorghum in the winter. Lionel confirmed what Proinpa says, that the use of natural pesticides is exploding on the low plains. Lionel uses Proinpa’s natural pesticides as a seed dressing to control disease. Lionel, who is also an agronomist and a graduate of El Zamorano, one of Latin America’s top agricultural universities (in Honduras), said that he noticed how the soil has been improving over the four years that he has used the microbes. The microorganisms were break down the crop stubble into carbon that the plants can use. Lionel added that most of the large-scale farmers are still treating their seeds with agrochemicals. But they are starting to see that the biological products work, at affordable prices, and are often even cheaper than the chemicals. Of course, the biologicals are safer to handle, and environmentally friendly. And that is key to their success. Demand is skyrocketing.
It has taken many years of research to produce environmentally-sound, biological pesticides that can convince large-scale commercial farmers to start to transition away from agrochemicals. I thought back to a time about 15 years earlier, when I saw Proinpa doing trials with farmers near Cochabamba. That was an early stage of these scientifically-sound natural products. Agricultural research is slow by nature, but like a fruit tree that takes years to mature, the wait is worth the while.
Related Agro-Insight blogs
Commercializing organic inputs
The best knowledge is local and scientific
Recovering from the quinoa boom
Related videos
Living windbreaks to protect the soil
The wasp that protects our crops
Managing the potato tuber moth
Acknowledgements
Paul Van Mele, Graham Thiele, Rolando Oros, Jorge Blajos and Lionel Ichazo read and commented on an earlier version of this blog.
PROINPA: INVESTIGACIÓN AGRÍCOLA QUE VALE LA PENA ESPERAR
Jeff Bentley, 21 de mayo del 2023
La investigación agrícola es notoriamente lenta. Tarda años en dar frutos, y los programas financiados por donantes suelen durar poco tiempo. Pero Bolivia tuvo suerte con una organización que sobrevivió.
Empezó en 1989, cuando los suizos financiaron un proyecto nuevo, el Proyecto de Investigación de la Papa (Proinpa), en colaboración con cuatro científicos del Centro Internacional de la Papa (CIP). Casi todo el resto del personal eran jóvenes bolivianos, entre ellos muchos tesistas.
Diez años después, en 1998, llegó el momento de cerrar el proyecto, pero algunas personas visionarias de Proinpa, con el apoyo entusiasta de colegas suizos y del CIP, decidieron dar a Proinpa una nueva vida como agencia o fundación permanente.
Para entonces “Proinpa” ya tenía cierto reconocimiento como marca, así que sabiamente mantuvieron el acrónimo, pero cambiaron el nombre completo a “Promoción e Investigación de Productos Andinos”. Los dirigentes de Proinpa ya no iban a limitarse a las papas. Los suizos aportaron una dotación para cubrir los gastos básicos, pero no era suficiente para hacer funcionar toda la organización.
Proinpa pasó por momentos difíciles. Cuando dejaron de ser un proyecto, tuvieron que abandonar sus amplias oficinas de la ciudad de Cochabamba. Durante un tiempo alquilaron un viejo edificio alejado de la ciudad que había sido un centro gubernamental de control de la rabia. Más tarde, sólo pudieron pagar una planta de ese edificio. Recuerdo estar allí el día de la mudanza, hace años, cuando todos se dieron modos para entrar en el espacio más pequeño, cargando alegremente cajas de archivos para apretarse en oficinas compartidas. Estaban sobreviviendo.
Sobrevivir era importante. La investigación agraria pública en Bolivia atravesaba tiempos difíciles. El Instituto Boliviano de Investigación Agropecuaria (IBTA) cerró en 1997 y su sustituto murió pocos años después. La investigación agropecuaria estatal no se reanudó hasta 2008, cuando se creó el Instituto Nacional de Innovación Agropecuaria y Forestal (INIAF). Durante esos años, Proinpa fue un destacado centro de investigación agrícola en Bolivia, y conservó invaluables colecciones de papa y quinua.
Ese banco de semillas de papa se mantenía en Toralapa, en el campo, a unos 70 km de la ciudad de Cochabamba. Con los años, Proinpa había ampliado la colección de 1000 accesiones a 4000. Esta biodiversidad es la fuente de material genético que necesitan los fitomejoradores para crear nuevas variedades. En 2010, el Gobierno, que era propietario de la estación de Toralapa, la cedió al INIAF. Proinpa trabajó con el INIAF durante un año para garantizar una transición estable, y el Gobierno de Bolivia sigue manteniendo esa colección de papas y otros cultivos andinos.
Hace poco, Proinpa me pidió que me uniera a ellos en el acto de su 25 aniversario, celebrado en su pequeño campus, construido después de 2005. La celebración comenzó con visitas a los stands, donde Proinpa destacó sus investigaciones más importantes.
La Dra. Ximena Cadima, miembro de la Academia Boliviana de Ciencias, explicó cómo Proinpa ha usado su conocimiento de los cultivos locales para obtener 69 nuevas variedades oficialmente liberadas de papa, quinua y siete cultivos más. También animan a los agricultores a cultivar papas nativas en sus chacras, lo que también es crucial para mantener vivos estos cultivos únicos.
Luis Crespo, entomólogo, y Giovanna Plata, fitopatóloga, explicaron sus investigaciones para desarrollar alternativas ecológicas al control de plagas. Luis habló de su trabajo con las feromonas sexuales de los insectos. Una de las muchas cosas que hace es disecar polillas hembras y extraerles las glándulas de olor, que envía a una empresa en Holanda que aísla la feromona sexual de las glándulas. La empresa sintetiza la feromona, fabrica más y Proinpa la usa para cebo de trampas. Las polillas machos huelen la feromona, piensan que se trata de una hembra receptiva y vuelan hacia ella. Los machos frustrados mueren en la trampa. Las hembras no pueden poner huevos sin aparearse, lo que elimina la siguiente generación de plagas antes de que nazcan.
Giovana nos mostró cómo estudian los microbios que matan a los patógenos. Coloca diferentes hongos y bacterias en placas Petri para ver qué microorganismos pueden desplazar físicamente a los gérmenes que causan enfermedades en los cultivos. También aísla hormonas de crecimiento de plantas, producidas por los microbios buenos.
Este trabajo sobre la ecología de los microbios ha permitido a Proinpa crear una nueva industria de control natural de plagas. Jimmy Ciancas, ingeniero, nos guio por la nueva planta de Proinpa, donde producen toneladas de bacterias y hongos benéficos para sustituir a los químicos que los agricultores fumigan para controlar plagas y enfermedades.
Proinpa también nos mostró las investigaciones del Dr. Alejandro Bonifacio y sus colegas, que están desarrollando rompevientos con plantas nativas y sembrando tarwi silvestre como cultivo de cobertura. Esta investigación tiene como objetivo salvar a los altos Andes de la devastadora erosión desatada cuando el boom de la quinua de (2010-2014) arrasó con la vegetación nativa. El suelo simplemente se voló.
Más tarde, nos trasladamos al confortable comedor de Proinpa, sombreado pero abierto al aire por tres lados, perfecto para el clima de Cochabamba. El lugar había sido acondicionado como un auditorio formal, donde, durante más de una hora, Proinpa entregó placas en honor a algunas de las muchas organizaciones que les habían ayudado a lo largo de los años: universidades, INIAF, alcaldes de municipios donde Proinpa hace trabajo de campo. Muchas organizaciones reciprocaron, entregando a Proinpa premios que ellos trajeron. Proinpa ha sobrevivido gracias a un buen liderazgo y a sus muchos amigos.
Entre los discursos, tuve la oportunidad de conocer al hombre sentado a mi lado, Lionel Ichazo, que supervisa tres fincas comerciales para una empresa molinera en las tierras bajas del este de Bolivia. Cultivan soya en verano y trigo y sorgo en invierno. Lionel confirmó lo que Proinpa dice, que el uso de plaguicidas naturales se está disparando en las llanuras bajas. Lionel usa los plaguicidas naturales de Proinpa como tratamiento de semillas para controlar las enfermedades. Lionel, que también es ingeniero agrónomo y graduado de El Zamorano, una de las mejores universidades agrícolas de América Latina (en Honduras), dijo que notó cómo el suelo ha ido mejorando durante los cuatro años que ha usado los microbios. Los microorganismos descomponían los rastrojos en carbono que las plantas podían usar. Lionel añadió que la mayoría de los agricultores a gran escala siguen usando agroquímicos en el tratamiento de semillas. Sin embargo, se está viendo que los productos biológicos funcionan, con precios accesibles y hasta más baratos que los químicos. Por supuesto son más sanos para el manipuleo y amigables con el medio ambiente. Y eso es la clave del éxito de los productos. La demanda se está disparando.
Ha tomado muchos años de investigación para producir plaguicidas biológicos que cuidan el medio ambiente y que puedan convencer a los agricultores comerciales para que empiecen a abandonar los productos agroquímicos. Me acordé de una época, unos 15 años antes, cuando vi a Proinpa haciendo ensayos con agricultores cerca de Cochabamba. Aquella fue una etapa temprana de estos productos naturales con base científica. La investigación agrícola es lenta por naturaleza, pero como un árbol frutal que tarda años en madurar, la espera vale la pena.
Previamente en el blog de Agro-Insight
Commercializing organic inputs
El mejor conocimiento es local y científico
Recuperándose del boom de la quinua
Videos relacionados
Barreras vivas para proteger el suelo
La avispa que protege nuestros cultivos
Manejando la polilla de la papa
Agradecimientos
Paul Van Mele, Graham Thiele, Rolando Oros, Jorge Blajos y Lionel Ichazo leyeron e hicieron comentarios valiosos sobre una versión previa de este blog.
.