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Bolivian agronomist Genaro Aroni first told me how quinoa was destroying the southwest Bolivian landscape some 10 years ago, when he came to Cochabamba for a writing class I was teaching. Ever since then I wanted to see for myself how a healthy and fashionable Andean grain was eating up the landscape in its native country.
I recently got my chance, when Paul and Marcella and I were making videos for Agro-Insight. Together with Milton Villca, an agronomist from Proinpa, we met Genaro in Uyuni, near the famous salt flats of Bolivia. Genaro, who is about to turn 70, but looks like he is 55, told us that he had worked with quinoa for 41 years, and had witnessed the dramatic change from mundane local staple to global health food. He began explaining what had happened.
When Genaro was a kid, growing up in the 1950s, the whole area around Uyuni, in the arid southern Altiplano, was covered in natural vegetation. People grew small plots of quinoa on the low hills, among native shrubs and other plants. Quinoa was just about the only crop that would survive the dry climate at some 3,600 meters above sea level. The llamas roamed the flat lands, growing fat on the native brush. In April the owners would pack the llamas with salt blocks cut from the Uyuni Salt Flats (the largest dry salt bed in the world) and take the herds to Cochabamba and other lower valleys, to barter salt for maize and other foods that can’t be grown on the high plains. The llama herders would trade for potatoes and chuño from other farmers, supplementing their diet of dried llama meat and quinoa grain.
Then in the early 1970s a Belgian project near Uyuni introduced tractors to farmers and began experimenting with quinoa planted in the sandy plains. About this same time, a large-scale farmer further north in Salinas also bought a tractor and began clearing scrub lands to plant quinoa.
More and more people started to grow quinoa. The crop thrived on the sandy plains, but as the native brushy vegetation grew scarce so the numbers of llamas began to decline.
Throughout the early 2000s the price of quinoa increased steadily. When it reached 2500 Bolivianos for 100 pounds ($8 per kilo) in 2013, many people who had land rights in this high rangeland (the children and grandchildren of elderly farmers) migrated back—or commuted—to the Uyuni area to grow quinoa. Genaro told us that each person would plow up to 10 hectares or so of the scrub land to plant the now valuable crop.
But by 2014 the quinoa price slipped and by 2015 it crashed to about 350 Bolivianos per hundredweight ($1 per kilo), as farmers in the USA and elsewhere began to grow quinoa themselves.
Many Bolivians gave up quinoa farming and went back to the cities. By then the land was so degraded it was difficult to see how it could recover. Still, Genaro is optimistic. He believes that quinoa can be grown sustainably if people grow less of it and use cover crops and crop rotation. That will take some research. Not much else besides quinoa can be farmed at this altitude, with only 150 mm (6 inches) of rain per year.
Milton Villca took us out to see some of the devastated farmland around Uyuni. It was worse than I ever imagined. On some abandoned fields, native vegetation was slowly coming back, but many of the plots that had been planted in quinoa looked like a moonscape, or like a white sand beach, minus the ocean.
Farmers would plow and furrow the land with tractors, only to have the fierce winds blow sand over the emerging quinoa plants, smothering them to death.
Milton took us to see one of the few remaining stands of native vegetation. Not coincidentally, this was near the hamlet of Lequepata where some people still herd llamas. Llama herding is still the best way of using this land without destroying it.
Milton showed us how to gather wild seed of the khiruta plant; each bush releases clouds of dust-like seeds, scattered and planted by the wind. Milton and Genaro are teaching villagers to collect these seeds and replant, and to establish windbreaks around their fields, in an effort to stem soil erosion. I’ve met many agronomists in my days, but few who I thought were doing such important work, struggling to save an entire landscape from destruction.
Acknowledgement
Genaro Aroni and Milton Villca work for the Proinpa Foundation. Their work is funded in part by the Collaborative Crop Research Program of the McKnight Foundation.
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Scientific names
Khiruta is Parastrephia lepidophylla
DESTRUYENDO EL ALTIPLANO SUR CON QUINUA
Jeff Bentley, 30 de diciembre del 2018
El ingeniero agrónomo boliviano Genaro Aroni me contó por primera vez cómo la quinua estaba destruyendo los suelos del suroeste boliviano hace unos 10 años, cuando vino a Cochabamba para una clase de redacción que yo enseñaba. Desde aquel entonces quise ver por mí mismo cómo el afán por un sano grano andino podría comer el paisaje de su país natal.
Recientemente tuve mi oportunidad, cuando Paul, Marcella y yo hacíamos videos para Agro-Insight. Junto con Milton Villca, un agrónomo de Proinpa, conocimos a Genaro en Uyuni, cerca de las famosas salinas de Bolivia. Genaro, que está a punto de cumplir 70 años, pero parece que tiene 55, nos dijo que había trabajado con la quinua durante 41 años, y que había sido testigo del cambio dramático de un alimento básico local y menospreciado a un renombrado alimento mundial. Empezó a explicar lo que había pasado.
Cuando Genaro era un niño en la década de 1950, toda el área alrededor de Uyuni, en el árido sur del Altiplano, estaba cubierta de vegetación natural. La gente cultivaba pequeñas parcelas de quinua en los cerros bajos, entre arbustos nativos (t’olas) y la paja brava. La quinua era casi el único cultivo que sobreviviría al clima seco a unos 3.600 metros sobre el nivel del mar. Las llamas deambulaban por las llanuras, engordándose en el matorral nativo. En abril los llameros empacaban los animales con bloques de sal cortados del Salar de Uyuni (el más grande del mundo) y los llevaban en tropas a Cochabamba y otros valles más bajos, para trocar sal por maíz y otros alimentos que no se pueden cultivar en las altas llanuras. Los llameros intercambiaban papas y chuño de otros agricultores, complementando su dieta con carne de llama seca y granos de quinua.
Luego, a principios de la década de 1970, un proyecto belga cerca de Uyuni introdujo tractores a los agricultores y comenzó a experimentar con quinua sembrada en las pampas arenosas. Por esa misma época, un agricultor a gran escala más al norte, en Salinas, también compró un tractor y comenzó a talar los matorrales para sembrar quinua.
Cada vez más gente empezó a cultivar quinua. El cultivo prosperó en las llanuras arenosas, pero a medida que la vegetación nativa de arbustos se hizo escasa, había cada vez menos llamas.
A lo largo de los primeros años de la década de 2000, el precio de la quinua aumentó constantemente. Cuando llegó a 2500 bolivianos por 100 libras ($8 por kilo) en 2013, muchas personas que tenían derechos sobre la tierra en esta pampa alta (los hijos y nietos de los agricultores viejos) retornaron a la zona de Uyuni para cultivar quinua. Genaro nos dijo que cada persona araba hasta 10 hectáreas de t’ola para plantar el ahora valioso cultivo.
Pero para el 2014 el precio de la quinua comenzó a bajar y para el 2015 se colapsó a cerca de 350 bolivianos por quintal ($1 por kilo), a medida que los agricultores en los Estados Unidos y en otros lugares comenzaron a cultivar quinua ellos mismos.
Muchos bolivianos dejaron de cultivar quinua y regresaron a las ciudades. Para entonces la tierra estaba tan degradada que era difícil ver cómo podría recuperarse. Sin embargo, Genaro es optimista. Él cree que la quinua puede ser cultivada de manera sostenible si la gente la cultiva menos y usa cultivos de cobertura y rotación de cultivos. Eso requerirá investigación. No se puede cultivar mucho más que además de la quinua a esta altitud, con sólo 150 mm de lluvia al año.
Milton Villca nos llevó a ver algunas de las parcelas devastadas alrededor de Uyuni. Fue peor de lo que jamás imaginé. En algunas parcelas abandonados, la vegetación nativa regresaba lentamente, pero muchas de las chacras que habían sido sembradas en quinua parecían la luna, o una playa de arena blanca, menos el mar.
Los agricultores araban y surcaban la tierra con tractores, sólo para que los fuertes vientos soplaran arena sobre las plantas emergentes de quinua, ahogándolas y matándolas.
Milton nos llevó a ver uno de los pocos manchones de vegetación nativa que queda. No por casualidad, esto estaba cerca de una pequeña comunidad de llameros, que queda en Lequepata. El pastoreo de llamas sigue siendo la mejor manera de usar esta tierra sin destruirla.
Milton nos mostró cómo recolectar semillas silvestres de la planta khiruta; cada arbusto libera nubes de semillas parecidas al polvo, dispersas y sembradas por el viento. Los Ings. Milton y Genaro están enseñando a los comuneros a recolectar estas semillas y replantar, y a establecer barreras contra el viento alrededor de sus campos, en un esfuerzo por detener la erosión del suelo. He conocido a muchos agrónomos a través de los años, pero pocos que en mi opinión hacían un trabajo tan importante en comunidades remotas, luchando para salvar un paisaje entero de la destrucción.
Agradecimiento
Genaro Aroni y Milton Villca trabajan para la Fundación Proinpa. Su trabajo es auspiciado en parte por el Programa Colaborativo de Investigación de Cultivos de la Fundación McKnight.
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Nombres científicos
Khiruta es Parastrephia lepidophylla