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All over the tropics, from Lima to Lagos, from Mumbai to Manila, the big cities are overflowing with migrants. In some regions, like the Andes, parts of the countryside are emptying out, with whole villages boarded up.
The new neighborhoods ringing the cities are often described as crowded eyesores. Ana and I visited one recently, on the edge of Cochabamba, a city that has long been divided into a fashionable north side, hemmed in by mountains, and by a working-class south side. But in the past 10 years or so the south side has mushroomed out of the valley bottom, to grow over the hills south of town. At night the lights on the hills are a reminder of how much the city has changed.
In one of the newest of these poor neighborhoods, we met some of the 80 members of a women’s group, Nueva Semilla (New Seed). Migration has been intense after the mining industry crumbled in the 1980s, but even in the past 10 years people have continued to leave villages in the provinces of Cochabamba and in Northern PotosÃ, the poorest region of Bolivia, to seek a better life in the city.
Nueva Semilla is in a tough neighborhood where people have to look after themselves. Families live on small plots of land, where they slowly build their brick and cement houses with their own hands, in their limited free time, usually just Sundays and national holidays. The streets are unpaved and dusty, laid out on square grids (or in curves on some of the steeper slopes). The government has built schools and hospitals. There is electricity, but no running water. People buy water from tanker trucks for a dollar a barrel.
The women’s group started in 2014, when some of them were taking a catechism class. They were impressed with the garden in the churchyard and this set them thinking. They had all been farmers in the places they had come from; why not establish their own gardens in their new homes?
But the women were used to growing potatoes, maize and barley, not garden vegetables. Fortunately, an NGO, the Agroecology and Faith Association, helped them with seed and some training, and some fabric to make semi-shade to protect the young plants against the fierce sun.
Doña Betty, one of the leaders, showed us the plot with her house, a small square of rocky hillside with no soil. Doña Betty bought a truckload of loamy soil, which she mixes with leaf-litter she collects from beneath mesquite trees on the surrounding hills. She puts the mixture in old tires, and irrigates with water she buys. She has created a delightful garden, with a dozen different vegetables, including healthy, organic tomatoes and celery which she is growing for seed to share with the members of her group.
A neighbor, doña Ernestina, is also in the group, and she has a lush garden of about 10 by 10 meters. She has a small hydroponic garden of PVC tubes filled with thriving lettuce plants, an investment paid for by the local municipality. Agroecology and Faith has a strong organic ethos and frowns on the hydroponic gardens because they rely on mineral fertilizer. Yet the NGO is also flexible enough to tolerate the hydroponic gardens, which the women seem to genuinely like. The women’s group is also independent and free to make links with more than one institution.
We paid a small fee, along with a small group of other visitors, for lunch which the women made. They were eager to sell their vegetables. Four heads of lettuce went for about 65-dollar cents, cheaper than in the market. The families eat a lot of their own produce and the kids we saw appeared healthy and well-fed. The women’s small vegetable gardens are surprisingly productive, even if they have to make their own soil and buy their water. The families even have surplus produce to sell.
The NGO is planning a seed exchange fair to … Once a month they also have a solidarity fair, where the women sell ‘solidarity’ baskets of vegetables they produce themselves.
The women and their families have left their farms behind, but they have also brought the best of country values with them: hard-work and creativity. These adaptive people have taken their personal development into their own hands, and have decided that a home garden is one of the tickets out of poverty.
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Agroecology and Faith’s solidarity baskets are modeled on an experience in Ecuador, which (as luck would have it) I have reported on in a previous blog: Donating food with style
For a story on hydroponic gardening: No land, no water, no problem
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For videos on seed fairs, and farmers’ rights to seed, see:
Farmers’ rights to seed – Guatemala
Farmers’ rights to seed – Malawi
UN MEJOR FUTURO CON JARDINES
Por Jeff Bentley
26 de mayo del 2019
Por todo el trópico, desde Lima hasta Lagos, desde Mumbai hasta Manila, las grandes ciudades están repletas de migrantes. En algunas regiones, como los Andes, partes del campo se están vaciando, con aldeas enteras tapiadas.
Los nuevos barrios que rodean las ciudades se describen a menudo como “cinturones de miseriaâ€. Hace poco, Ana y yo visitamos a una, en las afueras de Cochabamba, una ciudad que ha estado dividida por mucho tiempo en un lado norte de moda, rodeada de montañas, y por un lado sur de la clase trabajadora. Pero en los últimos 10 años, más o menos, el lado sur ha salido del piso del valle, para crecer sobre los cerros al sur de la ciudad. Por la noche, las luces de las colinas son un recordatorio de lo mucho que ha cambiado la ciudad.
En uno de los más nuevos de estos barrios pobres, conocimos a algunas de los 80 miembros de un grupo de mujeres, llamado Nueva Semilla. Ellas han migrado de las provincias de Cochabamba y del norte de PotosÃ, la región más pobre de Bolivia. La minerÃa colapsó en los años 1980, pero la gente sigue llegando para buscar una vida mejor en la ciudad.
Nueva Semilla está en un barrio duro de gente habilosa. Las familias viven en pequeñas parcelas de tierra, donde lentamente construyen sus casas de ladrillo y cemento con sus propias manos, los domingos y feriados. Las calles están sin pavimentar y polvorientas, pero dispuestas en cuadrÃculas (o en curvas en algunas de las pendientes más empinadas). El gobierno ha construido escuelas y hospitales. Hay electricidad, pero no hay agua corriente. La gente compra agua de camiones cisternas por 8 Bs. el turril de 200 litros.
El grupo de mujeres comenzó en 2014, cuando algunas de ellas estaban tomando una clase de catecismo. Quedaron impresionados con el jardÃn de la iglesia y se pusieron a pensar. Ellas habÃan sido agricultoras en sus lugares de origen ¿por qué no establecer huertos familiares en su nuevo lugar?
Pero ellas estaban acostumbradas a cultivar papas, maÃz y cebada, no hortalizas. Afortunadamente, una ONG, la Asociación de AgroecologÃa y Fe, les ayudó con semillas y algo de capacitación, y algunas telas para hacer semisombra para proteger las plantitas contra el feroz sol.
Doña Betty, una de las lÃderes, nos mostró su casa, en un pequeño lote de ladera rocosa sin suelo. Doña Betty compró una camionada de lama, que mezcla con las hojarascas que recoge debajo de los árboles de algarrobo (thaqo) en las colinas circundantes. Ella pone esta mezcla en llantas viejas, y riega con agua que ella compra. Ella ha creado un jardÃn encantador, con una docena de diferentes verduras, incluyendo tomates orgánicos y apio que está cultivando para compartir las semillas con los miembros de su grupo.
Una vecina, doña Ernestina, también está en el grupo, y tiene un exuberante jardÃn de unos 10 por 10 metros. Tiene un pequeño jardÃn hidropónico de tubos de PVC llenos de plantas de lechuga, una inversión pagada por la municipalidad local. La AgroecologÃa y la Fe prefiere lo orgánico, y no está muy de acuerdo con los jardines hidropónicos, porque usan fertilizantes minerales. Pero la ONG es suficientemente flexible para tolerar los huertos hidropónicos, que a las mujeres les gustan. El grupo de mujeres es independiente y libre de establecer vÃnculos con más de una institución.
Junto con un pequeño grupo de otros visitantes, pagamos un poquito para un almuerzo que las mujeres nos prepararon. Estaban ansiosas por vender sus verduras. Cuatro cabezas de lechuga costaron 5 Bs., más barato que en el mercado. Las familias comen mucho de sus propios productos y sus hijos parecen limpios, sanos y bien alimentado). Los pequeños huertos de las mujeres son sorprendentemente productivos, a pesar de que tienen que hacer su propio suelo y comprar su agua. Las familias también tienen excedentes de hortalizas para vender.
AgroecologÃa y Fe está planeando una feria de intercambio de semillas, y una vez al mes tienen una feria solidaria, donde las mujeres venden canastas solidarias de verduras que ellas mismas producen.
Las mujeres y sus familias han dejado atrás sus granjas, pero trajeron consigo lo mejor de los valores rurales: el trabajo duro y la creatividad. Esta gente versátil ha tomado su desarrollo personal en sus propias manos, y han decidido que un huerto familiar es uno de los boletos para salir de la pobreza.
Otras historias del blog
Las canastas de solidaridad de AgroecologÃa y Fe se inspiraron de una experiencia en el Ecuador, que (por pura casualidad) he descrito en un blog previo: Donaciones de comida, con estilo
Para una historia sobre la producción hidropónica de hortalizas: Sin tierra, sin agua, no hay problema
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Para videos sobre las semillas de semillas, y de los derechos populares a las semillas, vea:
Derechos de los agricultores a las semillas — Guatemala
Farmers’ rights to seed – Malawi