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We once had a talented carpenter named Rodrigo, who would come to our house to fix cabinets and build closets. He liked to start in the afternoon and stay for dinner. He was slow and methodical, but his work was always perfect. Every year, this bohemian handyman would take his mother and go back to their home village on the Bolivian Altiplano, several times a year to plant, tend and harvest quinoa. They would bring the harvest back to Cochabamba and wait for the price to peak, when they would sell. In previous stories we have described the soil erosion caused by the quinoa boom (Wind erosion and the great quinoa disaster and Slow recovery), but Rodrigo and his mother were acting like short-term, economic rationalists.

In a provocative new article, researcher Enrique Ormachea explains that people like Rodrigo and his mother are “residents†(country people living permanently in the cities, while maintaining ties in the village, especially returning for harvest).
Other farmers have moved much shorter distances. The Andean valleys are dotted with the ruined, adobe houses where the grandparents of today’s farmers once lived. Many farmers have left the most remote countryside to live in the bigger villages and small towns where there are shops, schools, electricity and running water. In the past 15 or 20 years, many of these Bolivian farmers have bought motorcycles so they can live in town and commute to the farm. It is now a common sight in the countryside to see farmers’ motorbikes parked along the side of the dirt roads, while the farmer is working a nearby field.
These farmers sell their potatoes and grains in weekly fairs in the small towns, to small-scale wholesalers (who work with just one truck). Thousands of people may throng into a fair, in a town that is nearly empty the other six days of the week.
Still other migrants make long trips every year. Farmers without irrigation cannot work their own land during the long dry season. So, in the offseason they travel to the lowlands of Bolivia, where forests have been cleared for industrial agriculture: not necessarily sustainable, but productive (at least for now). This commercial agriculture relies on the labor of rural people who travel hundreds of kilometers to work.
68% of the agricultural production in Bolivia comes from large, capitalist farms, according to census data that Ormachea cites in his article. 23% is on peasant farms that are large enough to hire some labor and sell some produce. Only 8% is on small, subsistence farms. One could argue with this data; smallholders often underestimate their income when talking to census takers, who are suspected of being the tax man in disguise. Even if we accept the figures at face value, a third of food output comes from small farms. But large and small farms produce different things; smallholders produce fruits, vegetables, potatoes and pigs, unlike the soy, sugar, rice and beef that comes from the big farms.

Three kinds of people (the city residents, the farmers who commute from town, and the dry season migrants) all travel to produce and move food. The government of Bolivia acts as though it does not understand this. In order to stop Covid-19, the government has forbidden all buses, taxis and travel by car, closed the highways and banned the fairs. According to the official logic, farmers live on farms, and grow potatoes for their soup pot, so they don’t need to travel.
Some Bolivian citizens are given special permission, a paper to tape to the windshield of their truck, allowing them to drive to rural areas to buy food wholesale, to resell in cities. But these buyers are not reaching all of the farms, and such schemes are easily corrupted. At least 1,000 vehicles are circulating with counterfeit permission slips, in Cochabamba alone. Ormachea cites farmers like MartÃn Blanco, a peach farmer, who explained that because of recent travel restrictions, he was only able to get half of his peach harvest to market. The rest of the peaches were lost. As one farmer explained “If I don’t sell it all, I won’t have my little money.â€
In the past couple of decades, food systems in tropical countries have changed rapidly, to rely much more on travel than previously. These food systems are resilient, up to a point, but they are also easier to break apart than they are to fix. As Ormachea suggests, policy makers need to meet with business people, farmer representatives and indigenous leaders to find a way to allow the safe movement of food and farmers in these times of virus lockdown.
Further reading
Challapa Cabezas, Carmen 2000 Tránsito en Cochabamba descubre mil permisos clonados y falsificados. Los Tiempos 24 April 2020.
Chuquimia, Leny 2020 Agricultores temen por sus cosechas y los alimentos tardan en llegar. Página Siete 4 April 2020.
Ormachea Saavedra, Enrique 2020 Producción AgrÃcola y Estado de Emergencia Sanitaria. BoletÃn de Seguimiento a PolÃticas Públicas. Control Ciudadano 35. CEDLA: Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario.
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VIAJES PRODUCTIVOS
Por Jeff Bentley, 3 de mayo del 2020
Antes tenÃamos un carpintero habiloso llamado Rodrigo, que venÃa a nuestra casa para arreglar gabinetes y construir roperos. Le gustaba empezar por la tarde y quedarse a cenar. Era lento y metódico, pero su trabajo siempre era perfecto. Este artista bohemio solÃa llevar a su mamá a su comunidad de origen en el altiplano boliviano, varias veces al año, para plantar, cuidar y cosechar la quinoa. TraÃan la cosecha a Cochabamba y esperaban a que el precio llegara a su punto máximo, cuando vendÃan. En historias anteriores hemos descrito la erosión del suelo causada por el boom de la quinua (Destruyendo el Altiplano Sur con quinua y Recuperación lenta), pero por lo menos Rodrigo y su mamá se comportaban de manera económicamente racional, a corto plazo.

En un artÃculo nuevo y original, el investigador Enrique Ormachea explica que personas como Rodrigo y su mamá son “residentes” (gente del campo que vive permanentemente en las ciudades, y que mantienen sus vÃnculos con su comunidad, especialmente regresando para la cosecha).
Otros campesinos viajan, pero a distancias mucho más cortas. Aquà y allà por los valles andinos encuentras “las casas de los abuelos,†ruinas de adobe donde vivÃa gente hasta hace algunas pocas décadas. Muchos agricultores han dejado el campo más remoto para vivir en las comunidades más grandes y en las pequeñas ciudades donde hay tiendas de barrio, colegios, luz y agua potable. En los últimos 15 o 20 años, muchos de estos agricultores bolivianos han comprado motocicletas para poder vivir en el pueblo e ir cada dÃa a su terreno. Ahora en el campo es común ver las motos de los agricultores estacionadas al lado de los caminos de tierra, mientras el motociclista trabaja en un campo cercano.
Estos agricultores venden sus papas y granos en ferias semanales en las cabeceras municipales, a los mayoristas de pequeña escala (que trabajan con un solo camión). Miles de personas acuden en masa a las ferias, en pueblos que están casi vacÃas los otros seis dÃas de la semana.
En cambio, otros migrantes hacen largos viajes cada año. Los agricultores sin riego no pueden trabajar su propia tierra durante la larga época seca. Asà que, en la temporada baja viajan al oriente de Bolivia, donde se han talado los bosques para la agricultura industrial; no es necesariamente sostenible, pero sà es productiva (por lo menos todavÃa). Esta agricultura comercial depende de la mano de obra de la gente del campo que viaja cientos de kilómetros para trabajar.
El 68% de la producción agrÃcola de Bolivia proviene de grandes fincas capitalistas, según los datos del censo agropecuario que Ormachea cita en su artÃculo. El 23% es producido por campesinas que tienen suficiente escala para contratar ayudantes y vender algunos productos. Sólo el 8% de la producción agrÃcola viene de explotaciones de subsistencia. Estos datos son discutibles; los campesinos a menudo subestiman su producción cuando hablan con los censistas, quienes sospechan de ser cobradores disfrazados de impuestos. Pero aun si aceptamos las cifras asà no más, un tercio de los alimentos vienen de los campesinos que producen frutas, verduras, papas y chanchos, a diferencia de la soya, el azúcar, el arroz y la carne de res que vienen de las fincas grandes.

Tres tipos de personas (los residentes, los agricultores que se trasladan a sus parcelas, y los migrantes de la época seca) todos viajan para producir y trasladar alimentos. El gobierno de Bolivia actúa como si no entendiera esto. Para detener a Covid-19, el gobierno ha prohibido todo el transporte público, ha cerrado las carreteras y las ferias. De acuerdo con la lógica oficial, los campesinos viven en granjas, y cultivan papas para hacer su papa wayk’u, por lo que no necesitan viajar.
A algunos ciudadanos bolivianos se les da un permiso especial, un papel para pegar al parabrisas de su camión, lo que les permite ir a las zonas rurales para comprar alimentos al por mayor, para revenderlos en las ciudades. Pero estos compradores no llegan a todos los productores, y tales sistemas se corrompen fácilmente. Al menos mil vehÃculos circulan con permisos falsificados, sólo en Cochabamba. Ormachea cita a agricultores como MartÃn Blanco, un agricultor de duraznos, quien explicó que debido a las recientes restricciones de viaje, sólo pudo llevar al mercado la mitad de su cosecha de duraznos. El resto de los duraznos se perdieron. Como explicó otro agricultor: “Si no lo vendo todo, no tendré mi platita.â€
En las últimas dos décadas, la producción y distribución de alimentos en los paÃses tropicales han cambiado rápidamente, hasta depender mucho más de los viajes. Estos sistemas alimentarios son resistentes, hasta cierto punto, pero también son más fáciles de desbaratar que componer. Como sugiere Ormachea, el gobierno debe reunirse con los empresarios, con las organizaciones campesinas y pueblos indÃgenas para ver cómo permitir el movimiento seguro de los alimentos y los agricultores en estos tiempos de cuarentena del virus.
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Challapa Cabezas, Carmen 2000 Tránsito en Cochabamba descubre mil permisos clonados y falsificados. Los Tiempos 24 April 2020.
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