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A really good teacher will teach you both subject matter and how to explain it to others. Elías Sánchez mentored thousands of Central Americans in organic agriculture. He started his adult life as a rural schoolteacher because he wanted to help people. But he soon realized that rural people needed agricultural training as much as the usual school subjects, so he studied agronomy and became an extension agent. When he found government bureaucracy too limiting, he started a teaching farm called Loma Linda, in Santa Lucía, in a pine-covered canyon in the mountains above Tegucigalpa, Honduras. That’s where I met him, in the late 1980s.
Loma Linda had dormitories, a classroom and a dining hall, where 30 farmers could come in to take a five-day course, usually paid for by NGOs or development projects. These were the days when donors were generous with NGOs in Honduras.

In the short course, don Elías, as everyone called him, taught an effective alternative to slash-and-burn agriculture. Don Elías expected people to make radical changes in how they farmed, after attending his course. At the time, the forests on the steep hillsides were rapidly disappearing as people cut and burned trees, brush and crop residues before planting maize fields. The smoke was so thick in the springtime that every year the Tegucigalpa airport had to close because pilots couldn’t see the runway. There was also widespread soil erosion.
Don Elías taught his adult students how to build terraces, plant vegetables, fruits and grains, to make compost and natural remedies for pests and diseases. Thousands of smallholders from all over Honduras took don Elías’ course and slowly began to burn less, and to use organic fertilizer. He was pretty convincing; I’ve made compost ever since taking his course.
Don Elías realized that his audience didn’t see manure as fertilizer. Honduran smallholders would let manure pile up in the corral, and never think of spreading it on nearby maize fields. He held long discussions with the farmers to define organic matter (as anything living or that had once been alive, or came from a plant or animal). Then he taught them that any organic matter could be made into fertilizer. He kept his explanations simple and avoided pedantic words.
During the course we would eat fresh vegetables from the teaching farm for lunch, then get our hands dirty, making new compost heaps and spreading fertilizer from ones that were ready to use. “Compost needs two things,” don Elías would say: “water and air.” He taught that rain usually provided enough water, and by making compost above ground, air could circulate, as long as you didn’t pack the material. But for good measure he would heap the organic matter around a thick wooden pole, which he would then pull out, to leave an air hole. Don Elias said that you could make compost in a pit, but it was more work. He did advise us to scrape the leaves and other debris off of the soil surface, so the compost was in contact with the dirt, where the soil-dwelling bacteria would help to start the decomposition.
Don Elías knew that the smallholders already worked hard, so his innovations had to be easy to use. Compost heaps could be left until they decomposed into rich, black earth. Turning wasn’t necessary. He taught people to make compost in the field, so they wouldn’t have to carry the materials very far.
I recalled Elías Sánchez last week, when I dug up one of our compost pits at home (a perfect quarantine activity). We don’t make compost piles, because we live in the city and our compost includes some ugly garbage. Sometimes we cover the pits with soil and grow something on top (a trick I learned from a farmer in Mali: Playing with rabbits). Although our compost pit is unlike the compost piles that don Elías used to make, ours followed all his basic principles.

1) It was made from organic matter.
2) It had air pockets, from cardboard boxes I left in it, which in due time decomposed.
3) It had water. While digging it out I found a couple of teaspoons I had accidentally tossed out with the dishwater. Soapy water may kill beneficial microorganisms, so I won’t try it again. Even after thirty years I’m still learning.
4) I didn’t work too hard on this compost pit. I never did turn it.
The compost was worth it, rich and black, full of earthworms, retaining moisture for several days once we spread it on the soil. Don Elías would have been pleased. He would also be pleased that many farmers, teaching farms and organizations in Latin America have adopted his ideas about organic agriculture.
To be a good mentor, teach the basic principles of subjects that students want to learn about. Show people how to make a prototype and then encourage them to keep on experimenting. Innovations need to be adapted if they’re going to be used for a lifetime.
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Acknowledgement
Thanks to Keith Andrews, Eric Boa and Paul Van Mele for excellent comments on a previous version of this story.
APRENDER A ENSEÑAR
Por Jeff Bentley, 7 de junio del 2020
Un buen profesor no solo te enseña la materia sino cómo explicarla también. Elías Sánchez fue mentor de miles de centroamericanos en la agricultura orgánica. Empezó su vida adulta como maestro de escuela rural porque quería ayudar a la gente. Pero pronto se dio cuenta de que la gente del campo necesitaba aprender más de la agricultura, así que estudió agronomía y se hizo un extensionista. Cuando se dio cuenta de que la burocracia gubernamental era demasiado limitante, comenzó una granja de aprendizaje llamada Loma Linda, en Santa Lucía, en un cañón cubierto de pinos en las montañas cerca de Tegucigalpa, Honduras. Allí es donde lo conocí, a finales de los 80.
Loma Linda tenía dormitorios, un aula y un comedor, donde 30 agricultores podían entrar para tomar un curso de cinco días, normalmente pagado por una ONG o por proyectos de desarrollo. Eran los días en que los donantes eran generosos con las ONGs en Honduras.

En el curso corto, don Elías, como todos le llamaban, enseñaba una alternativa eficaz a la agricultura de tala y quema. Don Elías esperaba que la gente hiciera cambios radicales en la forma de cultivar, después de asistir a su curso. En ese momento, los bosques de las escarpadas laderas estaban desapareciendo rápidamente, ya que la gente cortaba y quemaba árboles, matorrales y rastrojos antes de sembrar milpa. El humo era tan espeso en la primavera que cada año el aeropuerto de Tegucigalpa tenía que cerrar porque los pilotos no podían ver la pista. También se produjo bastante erosión del suelo.
Don Elías enseñó a sus alumnos adultos a construir terrazas, a sembrar verduras, frutas y granos, a hacer abono y remedios naturales para las plagas y enfermedades. Miles de pequeños agricultores de toda Honduras tomaron el curso de don Elías y poco a poco empezaron a quemar menos, y a usar fertilizante orgánico. El fue bastante convincente; he hecho compost desde que tomé su curso.
Don Elías se dio cuenta de que su público no veía el estiércol como fertilizante. Los pequeños propietarios hondureños dejaban el estiércol apilado en el corral y nunca pensaban en esparcirlo en los maizales cercanos. Mantuvo largas discusiones con los agricultores para definir la materia orgánica (como cualquier cosa viviente o que alguna vez estuvo viva, o que salga de una planta o animal). Luego les enseñó que cualquier materia orgánica podía convertirse en fertilizante. Mantenía sus explicaciones simples y evitaba las palabras pedantes.
Durante el curso almorzábamos hortalizas frescas de la finca, luego nos ensuciábamos las manos, haciendo nuevas aboneras y esparciendo el fertilizante de las que estaban listas para usar. “El abono necesita dos cosas”, decía don Elías: “agua y aire”. Enseñó que la lluvia usualmente daba suficiente agua, y al hacer abono en cima la tierra, el aire podía circular, si no se empacara el material. Pero por si acaso, hacía la abonera alrededor de un grueso poste de madera, que luego sacaba, para dejar un agujero de aire. Don Elías dijo que se podía hacer abono bajo tierra, pero era más trabajo. Nos aconsejó que raspáramos las hojas y otros desechos de la superficie del suelo, para que el abono estuviera en contacto con la tierra, donde las bacterias que viven en el suelo ayudarían a iniciar la descomposición.
Don Elías sabía que los pequeños agricultores ya trabajaban duro, así que sus innovaciones tenían que ser fáciles de usar. Se podían dejar la abonera hasta que se descompusieran en una tierra rica y negra. No era necesario moverla. Enseñó a la gente a hacer compost en el campo, para que no tuvieran que llevar los materiales muy lejos.
Recordé a Elías Sánchez la semana pasada, cuando desenterré una de nuestras aboneras en casa (una perfecta actividad de cuarentena). No hacemos abonera sobre el suelo, porque vivimos en la ciudad y nuestro abono incluye alguna basura fea. Hacemos el abono en una fosa que a veces tapamos con tierra y cultivamos algo encima (un truco que aprendí de un agricultor en Mali: Playing with rabbits). Aunque nuestra abonera enterrada no es como las que don Elías solía hacer sobre el suelo, la nuestra seguía todos sus principios básicos.

1) Estaba hecha de materia orgánica.
2) Tenía bolsones de aire, de cajas de cartón que metí, que con el tiempo se descompusieron.
3) Tenía agua. Mientras desenterraba el composte encontré un par de cucharaditas que había tirado accidentalmente con el agua lavar los trastos. El agua jabonosa puede matar a los microorganismos buenos, así que no lo intentaré de nuevo. Incluso después de treinta años todavía estoy aprendiendo.
4) No trabajé muy duro en esta abonera. Nunca la movía.
El abono valió la pena, rico y negro, lleno de lombrices, reteniendo la humedad durante varios días una vez que lo esparcimos en el suelo. Don Elías habría estado encantado. También estaría contento de que muchos agricultores, fincas educativas y organizaciones en América Latina hayan adoptado sus ideas sobre la agricultura orgánica.
Para ser un buen mentor, enseña los principios básicos de las materias que los estudiantes quieren aprender. Mostrar a la gente cómo hacer un prototipo y luego animarlos a seguir experimentando. Los alumnos tienen que adueñarse de las innovaciones, para seguir adaptándolas toda la vida.
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Agradecimientos
Gracias a Keith Andrews, Eric Boa y Paul Van Mele por sus excelentes comentarios sobre una versión previa de esta historia.