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Killing the soil with chemicals (and bringing it back to life) August 14th, 2022 by

Vea la versión en español a continuación

Paul, and Marcella and I were filming recently in Quilcas, a village in JunĂ­n of the central Andes of Peru. A farmer and a former president of the community, Marcelo Tiza was spending the day with us. As we were admiring the mountain peaks and the green hillsides surrounding the community, we noticed that the steep slopes were divided up into a faint green checker board pattern, like a patchwork of abandoned fields. Then don Marcelo remarked offhand that all of that land had once been farmed, but that the soil had been destroyed by chemical fertilizer.

According to the community, these hillsides had always been cultivated, in a long rotation called “turns,” where they divided their high lands into several large fields, each with the same harvest potential. They would open one field the first year and divide it into family parcels of land to plant potatoes. The next year, they would open another big field for potatoes, and the first one, where they had already harvested potatoes, would be planted in other Andean tubers, or broad beans, or some other crop. Then the land would rest for five years, until the land became fertile again and people would plant potatoes again.

Then in the 1970s, the people of Quilcas began to use chemical fertilizer to boost their potato yields. Some people could afford chemical fertilizer, and those who couldn’t would apply sheep manure to their land. But after just 25 years of using chemical fertilizer, the communal land had been ruined. By 1999, community members noticed that even after they let the land rest for five years, it no longer recovered its fertility. It was missing its thick cover of vegetation and plants like trĂ©bol de carretilla that local people recognized as the signs of healthy land, ready to plant.

So the people of Quilcas moved their communal land higher, from about 3,800 meters above sea level to nearly 4,000. Having learned their lesson, the people prohibited the use of any chemical fertilizer or pesticides on these lands. The community regulations prohibited the use of chemical fertilizer or other chemicals in the communal fields, and people who broke these rules could be fined or even lose their rights to the lands.

Since 2000, the community of Quilcas (in collaboration with the NGO Yanapai) has also learned to use a long rotation of fodder crops (grasses and legumes). For several years, they plant potato in rotation with other tubers, as well as with barley and oats. Then the land is rested for several years, by planting a cover of fodder crops, which enrich the soil.  They have perfected the system in the individual lands near their homes, in the lower parts of the community (at about 3,500 meters above sea level).  And now they are experimenting with planting fodder above the villages, in the soil spoiled by chemicals. The first yields have been good, and people are encouraged. Ecological farming may be able to restore soils that have been ruined by the intense use of chemicals.

Paul and I have devoted much of this blog to the power of individual farmers to perform creative experiments. But farmer experiments can be more powerful than we have given them credit for. This story highlights the ability of communities to notice change that unfolded over several decades, at the level of whole landscapes, and to proactively experiment with ways of restoring the soil their lives depend on.

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A revolution for our soil

Scientific name

TrĂ©bol de carretilla is Medicago polymorpha or Medicago hispida (English “burr medic”)

Acknowledgements

The visit to Peru to film various farmer-to-farmer training videos, including this one, was made possible with the kind support of the Collaborative Crop Research Program (CCRP) of the McKnight Foundation. Thanks to Edgar Olivera, RaĂșl Ccanto, Jhon Huaraca and colleagues of the Grupo Yanapai for introducing us to Quilcas and for sharing their knowledge with us. Edgar Olivera and Paul Van Mele read and made valuable comments on an earlier version of this story.

MATAR EL SUELO CON QUÍMICOS (Y DEVOLVERLE LA VIDA)

Jeff Bentley, 14 de agosto del 2022

Hace poco, Paul, Marcella y yo filmĂĄbamos un video en Quilcas, en el departamento de JunĂ­n, en los Andes centrales del PerĂș. Un agricultor y antiguo presidente de la comunidad, Marcelo Tiza, estaba pasando el dĂ­a con nosotros. Mientras admirĂĄbamos las cumbres de los cerros y las laderas que rodeaban la comunidad, nos dimos cuenta de que las inclinadas faldas del cerro estaban divididas en un borroso tablero de ajedrez verde: un mosaico de campos abandonados. Entonces don Marcelo explicĂł que en el pasado toda esa tierra sĂ­ habĂ­a sido cultivada, pero que el suelo habĂ­a sido destruido por los fertilizantes quĂ­micos.

SegĂșn la comunidad, esas laderas siempre se habĂ­an cultivado, en una especie de rotaciĂłn por “turnos” donde dividĂ­an sus tierras altas en varios sectores, cada uno con casi la misma capacidad productiva. AbrĂ­an un sector el primer año y lo dividĂ­an en parcelas familiares para sembrar papa. El siguiente año, abrĂ­an otro terreno grande para papas, y en el primer campo, donde habĂ­an cosechado las papas, se sembraba otros tubĂ©rculos andinos, o habas, u otro cultivo. Luego la tierra descansaba por cinco años, hasta volverse fĂ©rtil y se podĂ­a sembrar papas de nuevo.

Luego, en la década de 1970, la gente de Quilcas empezó a usar fertilizantes químicos para aumentar el rendimiento de las papas. Algunas personas podían darse el lujo de aplicar esos químicos, y las que no podían hacerlo, ponían guano de oveja a sus tierras. Pero tras sólo 25 años de uso de fertilizantes químicos, la tierra comunal se había arruinado. En 1999, los miembros de la comunidad se dieron cuenta de que, incluso después de dejar descansar la tierra durante cinco años, ya no recuperaba su fertilidad. Le faltaba su espesa capa de vegetación y plantas como el trébol de carretilla, que la población local reconocía como signo de una tierra sana, lista para sembrar.

AsĂ­ que la gente de Quilcas trasladĂł sus campos comunales mĂĄs arriba, de unos 3.800 metros sobre el nivel del mar a casi 4.000. Habiendo aprendido su lecciĂłn, la gente prohibiĂł el uso de cualquier fertilizante quĂ­mico o plaguicida en estas tierras. Los estatutos de la comunidad prohĂ­ben el uso de fertilizantes y agroquĂ­micos en tierras comunales, caso contrario el comunero serĂĄ sancionado, hasta con la separaciĂłn de la comunidad.

Desde el año 2000, la comunidad de Quilcas (en colaboración con la ONG Yanapai) también ha aprendido a usar una larga rotación de cultivos forrajeros (gramíneas y leguminosas). Durante varios años, siembran la papa en rotación con otros tubérculos, y cebada y avena. Luego la tierra descansa por varios años, con una cobertura de pasto cultivado, lo cual enriquece el suelo.  Han perfeccionado el sistema en las tierras individuales cercanas a sus casas, en las partes bajas de la comunidad (a unos 3.500 metros sobre el nivel del mar).  Y ahora estån experimentando con la siembra de forraje en tierras mås altas, hasta en los terrenos arruinados por los productos químicos. Los primeros rendimientos han sido buenos, y la gente estå animada. La agricultura ecológica podría restaurar los suelos destruidos por el uso intensivo de químicos.

Paul y yo hemos dedicado gran parte de este blog al reconocer a los agricultores individuales y sus experimentos creativos. Pero los experimentos de los agricultores pueden ser mås poderosos de lo que les hemos atribuido. Esta historia pone de relieve la capacidad de las comunidades para darse cuenta del cambio que se ha producido a lo largo de varias décadas, a nivel de paisajes enteros, y para experimentar proactivamente con formas de restaurar el suelo del que dependen sus vidas.

Previamente en el blog de Agro-Insight

200 cuyes

Silent Spring, Better living through biology

Una revoluciĂłn para nuestro suelo

Nombre cientĂ­fico

Trébol de carretilla es Medicago polymorpha o Medicago hispida

Agradecimiento

Nuestra visita al PerĂș para filmar varios videos, incluso este, fue posible gracias al generoso apoyo del Programa Colaborativo de InvestigaciĂłn de Cultivos (CCRP) de la FundaciĂłn McKnight. Gracias a Edgar Olivera, RaĂșl Ccanto, Jhon Huaraca y colegas del Grupo Yanapai por presentarnos a Quilcas y por compartir su conocimiento con nosotros. Edgar Olivera y Paul Van Mele hicieron comentarios valiosos sobre una versiĂłn previa de este relato.

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