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Paul, and Marcella and I were filming recently in Quilcas, a village in JunĂn of the central Andes of Peru. A farmer and a former president of the community, Marcelo Tiza was spending the day with us. As we were admiring the mountain peaks and the green hillsides surrounding the community, we noticed that the steep slopes were divided up into a faint green checker board pattern, like a patchwork of abandoned fields. Then don Marcelo remarked offhand that all of that land had once been farmed, but that the soil had been destroyed by chemical fertilizer.
According to the community, these hillsides had always been cultivated, in a long rotation called âturns,â where they divided their high lands into several large fields, each with the same harvest potential. They would open one field the first year and divide it into family parcels of land to plant potatoes. The next year, they would open another big field for potatoes, and the first one, where they had already harvested potatoes, would be planted in other Andean tubers, or broad beans, or some other crop. Then the land would rest for five years, until the land became fertile again and people would plant potatoes again.
Then in the 1970s, the people of Quilcas began to use chemical fertilizer to boost their potato yields. Some people could afford chemical fertilizer, and those who couldnât would apply sheep manure to their land. But after just 25 years of using chemical fertilizer, the communal land had been ruined. By 1999, community members noticed that even after they let the land rest for five years, it no longer recovered its fertility. It was missing its thick cover of vegetation and plants like trĂ©bol de carretilla that local people recognized as the signs of healthy land, ready to plant.
So the people of Quilcas moved their communal land higher, from about 3,800 meters above sea level to nearly 4,000. Having learned their lesson, the people prohibited the use of any chemical fertilizer or pesticides on these lands. The community regulations prohibited the use of chemical fertilizer or other chemicals in the communal fields, and people who broke these rules could be fined or even lose their rights to the lands.
Since 2000, the community of Quilcas (in collaboration with the NGO Yanapai) has also learned to use a long rotation of fodder crops (grasses and legumes). For several years, they plant potato in rotation with other tubers, as well as with barley and oats. Then the land is rested for several years, by planting a cover of fodder crops, which enrich the soil. They have perfected the system in the individual lands near their homes, in the lower parts of the community (at about 3,500 meters above sea level). And now they are experimenting with planting fodder above the villages, in the soil spoiled by chemicals. The first yields have been good, and people are encouraged. Ecological farming may be able to restore soils that have been ruined by the intense use of chemicals.
Paul and I have devoted much of this blog to the power of individual farmers to perform creative experiments. But farmer experiments can be more powerful than we have given them credit for. This story highlights the ability of communities to notice change that unfolded over several decades, at the level of whole landscapes, and to proactively experiment with ways of restoring the soil their lives depend on.
Related Agro-Insight blog stories
Silent Spring, Better living through biology
Scientific name
TrĂ©bol de carretilla is Medicago polymorpha or Medicago hispida (English âburr medicâ)
Acknowledgements
The visit to Peru to film various farmer-to-farmer training videos, including this one, was made possible with the kind support of the Collaborative Crop Research Program (CCRP) of the McKnight Foundation. Thanks to Edgar Olivera, RaĂșl Ccanto, Jhon Huaraca and colleagues of the Grupo Yanapai for introducing us to Quilcas and for sharing their knowledge with us. Edgar Olivera and Paul Van Mele read and made valuable comments on an earlier version of this story.
MATAR EL SUELO CON QUĂMICOS (Y DEVOLVERLE LA VIDA)
Jeff Bentley, 14 de agosto del 2022
Hace poco, Paul, Marcella y yo filmĂĄbamos un video en Quilcas, en el departamento de JunĂn, en los Andes centrales del PerĂș. Un agricultor y antiguo presidente de la comunidad, Marcelo Tiza, estaba pasando el dĂa con nosotros. Mientras admirĂĄbamos las cumbres de los cerros y las laderas que rodeaban la comunidad, nos dimos cuenta de que las inclinadas faldas del cerro estaban divididas en un borroso tablero de ajedrez verde: un mosaico de campos abandonados. Entonces don Marcelo explicĂł que en el pasado toda esa tierra sĂ habĂa sido cultivada, pero que el suelo habĂa sido destruido por los fertilizantes quĂmicos.
SegĂșn la comunidad, esas laderas siempre se habĂan cultivado, en una especie de rotaciĂłn por âturnosâ donde dividĂan sus tierras altas en varios sectores, cada uno con casi la misma capacidad productiva. AbrĂan un sector el primer año y lo dividĂan en parcelas familiares para sembrar papa. El siguiente año, abrĂan otro terreno grande para papas, y en el primer campo, donde habĂan cosechado las papas, se sembraba otros tubĂ©rculos andinos, o habas, u otro cultivo. Luego la tierra descansaba por cinco años, hasta volverse fĂ©rtil y se podĂa sembrar papas de nuevo.
Luego, en la dĂ©cada de 1970, la gente de Quilcas empezĂł a usar fertilizantes quĂmicos para aumentar el rendimiento de las papas. Algunas personas podĂan darse el lujo de aplicar esos quĂmicos, y las que no podĂan hacerlo, ponĂan guano de oveja a sus tierras. Pero tras sĂłlo 25 años de uso de fertilizantes quĂmicos, la tierra comunal se habĂa arruinado. En 1999, los miembros de la comunidad se dieron cuenta de que, incluso despuĂ©s de dejar descansar la tierra durante cinco años, ya no recuperaba su fertilidad. Le faltaba su espesa capa de vegetaciĂłn y plantas como el trĂ©bol de carretilla, que la poblaciĂłn local reconocĂa como signo de una tierra sana, lista para sembrar.
AsĂ que la gente de Quilcas trasladĂł sus campos comunales mĂĄs arriba, de unos 3.800 metros sobre el nivel del mar a casi 4.000. Habiendo aprendido su lecciĂłn, la gente prohibiĂł el uso de cualquier fertilizante quĂmico o plaguicida en estas tierras. Los estatutos de la comunidad prohĂben el uso de fertilizantes y agroquĂmicos en tierras comunales, caso contrario el comunero serĂĄ sancionado, hasta con la separaciĂłn de la comunidad.
Desde el año 2000, la comunidad de Quilcas (en colaboraciĂłn con la ONG Yanapai) tambiĂ©n ha aprendido a usar una larga rotaciĂłn de cultivos forrajeros (gramĂneas y leguminosas). Durante varios años, siembran la papa en rotaciĂłn con otros tubĂ©rculos, y cebada y avena. Luego la tierra descansa por varios años, con una cobertura de pasto cultivado, lo cual enriquece el suelo.  Han perfeccionado el sistema en las tierras individuales cercanas a sus casas, en las partes bajas de la comunidad (a unos 3.500 metros sobre el nivel del mar). Y ahora estĂĄn experimentando con la siembra de forraje en tierras mĂĄs altas, hasta en los terrenos arruinados por los productos quĂmicos. Los primeros rendimientos han sido buenos, y la gente estĂĄ animada. La agricultura ecolĂłgica podrĂa restaurar los suelos destruidos por el uso intensivo de quĂmicos.
Paul y yo hemos dedicado gran parte de este blog al reconocer a los agricultores individuales y sus experimentos creativos. Pero los experimentos de los agricultores pueden ser mås poderosos de lo que les hemos atribuido. Esta historia pone de relieve la capacidad de las comunidades para darse cuenta del cambio que se ha producido a lo largo de varias décadas, a nivel de paisajes enteros, y para experimentar proactivamente con formas de restaurar el suelo del que dependen sus vidas.
Previamente en el blog de Agro-Insight
Silent Spring, Better living through biology
Una revoluciĂłn para nuestro suelo
Nombre cientĂfico
Trébol de carretilla es Medicago polymorpha o Medicago hispida
Agradecimiento
Nuestra visita al PerĂș para filmar varios videos, incluso este, fue posible gracias al generoso apoyo del Programa Colaborativo de InvestigaciĂłn de Cultivos (CCRP) de la FundaciĂłn McKnight. Gracias a Edgar Olivera, RaĂșl Ccanto, Jhon Huaraca y colegas del Grupo Yanapai por presentarnos a Quilcas y por compartir su conocimiento con nosotros. Edgar Olivera y Paul Van Mele hicieron comentarios valiosos sobre una versiĂłn previa de este relato.